Bellas artes
En ocasiones la mezcla de polos opuestos —lo trágico y lo cómico, lo abstracto y lo figurativo, el orden y el caos— se convierte en un desafío a las percepciones convencionales, en un recurso para crear una experiencia estética rica y compleja. La fusión no solo enriquece la narrativa visual, sino que también invita al espectador a una reflexión profunda, generando un diálogo interno entre las emociones y las ideas que surgen de la obra.
Carlos César Román (Remedios, Villa Clara, 1972) fusiona el expresionismo de sus trazos vigorosos y emocionales con una delicadeza perceptible en los detalles, como las miradas de algunas de sus figuras pintadas o la hilaridad de algunas de sus esculturas, en las que incorpora objetos. Esta dualidad nos deja entrever la existencia de una honda introspección, a la vez que una presencia imponente.
Las obras de este singular artista están constantemente habitadas por figuras que interactúan dinámicamente con la riqueza del mundo natural. De estas interacciones emergen seres híbridos e imaginarios, reminiscentes de cuentos fantásticos y mitologías ancestrales. El hecho de ser también ilustrador juega un papel importante en el carácter de su pintura, en la que se respira un aire literario. Contemplar las obras de Román es transportarse a un mundo fantástico en el que la imaginación es la protagonista.
En una obra como El principito, hay una conexión espiritual entre el pez y el rostro dulce del príncipe; es como si el pensamiento que se manifiesta a través de sus ojos fuese una búsqueda de trascendencia a través del desafío a la lógica, estableciendo una simbiosis entre lo tangible y lo etéreo. Hay aquí una dualidad humano-animal, y el cuadro se carga de significado con toda la herencia simbólica del pez, que en muchas culturas representa la fertilidad y la transformación, pero que aquí podría insertarse más bien como un elemento de inquietud o de revelación personal.
Se trata de una obra al mismo tiempo tierna y expresionista, que explora las emociones humanas y la subjetividad. La inclusión de un pez podría ser interpretada como una manifestación del subconsciente, un símbolo de pensamientos ocultos. El abanico de significados de esta combinación puede ir desde lo espiritual hasta lo psicológico, lo cultural y lo crítico.
Y es precisamente la intención de crítica social lo que más contienen estos cuadros; no siempre de forma obvia pero sí implícita. Cuando se hace más evidente esta irreverencia es cuando intervienen los textos de forma contundente, como en el lienzo Rey, pendejo y presidente. El acto de escribir el título dentro de la obra, recurso utilizado por muchos artistas contemporáneos, cambia completamente la recepción de la imagen, porque se le está dando una importancia mucho más protagónica. No hay que esperar a leer la ficha técnica, y esto hace que la lectura de la obra sea mucho más directa. Y es que esta inclusión de la palabra, esta dinámica entre la imagen y el texto, crea una interacción que aporta una capa adicional de complejidad y profundidad. El título escrito tiene la capacidad de evocar emociones o recuerdos específicos en el espectador, enriqueciendo la experiencia visual con una dimensión emocional; específicamente en esta obra, posee una agresividad que enaltece la fuerza expresiva de la figura.
Carlos César cultiva también la escultura, se trata de ensamblajes elaborados con materiales de desecho que le proporcionan al resultado un aspecto cálido, cercano, doméstico incluso. Un jarro puede ser un sombrero, y unas gafas reales pueden elevar el lado humorístico de la figura que construye, con una figuración que, aunque se manifieste a través de medios tridimensionales, es en el fondo la misma de sus pinturas.
Estamos ante una propuesta artística que no solo refleja una fusión magistral de lo fantástico y lo crítico, sino que también invita al espectador a un diálogo introspectivo y profundo donde la imaginación y la crítica social coexisten.
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