Toda obra de arte, por cada vez que estremece los cimientos espirituales del ser humano, lleva implícita la impronta filosófica de su autor. No solo será el modo en que el artista quiera expresar una idea, materializar un concepto gráfico o imponer a fuerza de imagen, una parte esencial o subliminal de la vida. La obra en sí, expuesta a un sin fin de visualidades posibles, generará como buen producto del acervo creativo, un número impredecible de lecturas que catapultan el valor de su trascendencia.
Jesús Delfino Villa (Caimanera, 1959) es uno de esos artistas del lente que se propone transgredir la comodidad del pensamiento y sus propuestas nos llevan a una reflexión que nos sumerge en lo profundo de lo habitable humano. Su labor creativa puja y hurga siempre hacia los sesgos y filos que mueven al hombre en el complejo mundo que se mueve entre la belleza y lo brutal.
Las obras intituladas Complicidad y La carnada perfecta son piezas que rebasan el límite de lo expresado gráficamente y sus títulos no amordazan una sola lectura. Las dos obras conectan entre sí y trazan la compleja ruta, no solo de las adicciones y las tentaciones (llave, dinero, droga, anzuelo), sino que sirven para cuestionarnos hasta dónde somos víctimas de esos códigos o hasta dónde somos punta de lanza en sus proyecciones. La vida se nos ha pintado como un sistema de consumo donde el instrumento de pago es el dinero. Y en el más desequilibrado orden psicológico del ser humano, el consumo de sustancias enajenantes, ha sido siempre una válvula de escape a las depresiones que generan estos sistemas.
Las dos piezas no solo potencian estas fugaces reflexiones; es menester destacar que uno de sus grandes valores como arte, es el uso adecuado del fondo negro que afianza el drama que expresan las imágenes, más allá de la perfecta armonía que denotan los contrastes y el magnífico equilibrio de su composición visual. Las dos son dignas de transgredir la soledad de ese marco visual y formar parte de una completa publicidad a escala internacional. Todos hemos sido cómplices y rozado de una forma u otra esa maldita llave. Lo importante es no morder jamás la carnada perfecta. ■
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