Por: Ovidio Moré (Osvaldo Moreno)

OBRAS: John Kennedy Saynor

En un lugar de Internet…

(Un cuento que viene a cuento)

Esta reseña podría empezar con el clásico: «Había una vez» de los cuentos infantiles, pero la empezaremos de otra manera, ya que habla de la rivalidad entre un Quijote y, en este caso, un solo molino o, lo que es lo mismo, entre un esteta y un artista, pero sobre todo habla del respeto y de la tolerancia hacia el otro, y, también, sobre el gusto estético. Les hago una breve síntesis, como un minicuento, y la hago en presente, por aquello de la vigencia. Luego ahondaremos un poco.

En un lugar de Internet, de cuyo nombre no quiero acordarme, un esteta, al que admiro y sigo (literariamente hablando), en cruenta controversia con un pintor, discute sobre el gusto, sobre el objeto estético y sobre la propia estética en sí. La controversia se realiza en el apartado de comentarios del blog del propio esteta. El esteta, ya algo acalorado, tilda al pintor de obtuso y lo manda a leer, a cultivarse, y se puede apreciar el tono despectivo que utiliza al hacerlo. El otro, el artista (equivocado o no en sus planteamientos), contesta de manera coherente, sin insultar, tratando de explicar su punto de vista, su razones. El esteta, que se supone es una mente privilegiada, rebate con argumentos, a mi entender, bastante pobres, teniendo en cuenta de que es poseedor de una cultura casi enciclopédica y de una gran locuacidad (cosa que he comprobado en sus conferencias), sin embargo, para hacerse valer, sigue recurriendo al insulto una y otra vez.

Hasta aquí este sucinto «cuento» (aunque basado en un hecho real, esta historia está tergiversada a conciencia).

¿Cuál de ellos tenía la razón? Pues, aunque parezca paradójico, ambos y ninguno, ya que cada uno de ellos era dueño de una parte de la verdad, o supuesta verdad.

¿Y a qué se debían sus posturas encontradas?

A que el esteta, por el simple hecho de ser un teórico del arte y, a su vez, filósofo, se creía el único poseedor de la verdad; el otro, al ser un creador, un artista, afirmaba, de igual manera, por el simple hecho de ser artista, que sólo ellos, los artistas, saben y entienden de arte y, por lo tanto, son los únicos que pueden dirimir asuntos de tal categoría. Sin embargo, los dos se olvidaban de algo fundamental y que estoy convencido que ambos sabían y saben: que nadie, en cuestiones de esta índole, está en poder de la verdad absoluta, porque, en lo referente al gusto y a la estética, aún no se ha dicho, ni creo que se diga todavía, la última palabra, porque todo, en este campo, es subjetivo, todo depende de la mirada de unos y de otros.

La estética no es una ciencia exacta. Cada uno de los grandes pensadores y filósofos que se han dedicado a ella desde el siglo XVIII, al igual que este esteta al que me refiero, han aportado algo a la filosofía, a la teoría del arte, así como a la propia estética, pero eso no los convierte en dioses de la razón ni en garantes de la verdad absoluta. Si analizáramos  las obras de todos ellos, encontraríamos que, entre sus idearios, hay puntos divergentes y puntos concomitantes, y que entre ellos mismos se niegan, se alaban, se critican y se contradicen. Las apreciaciones acerca del gusto, de la belleza, de lo sublime o de lo artístico, responden a una experiencia totalmente sensorial, tiene que ver con el conocimiento sensible, y a esto cada ser humano responde de una manera diferente atendiendo a un sinnúmero de factores. ¿Quién ganó la trifulca? Desde el punto de vista humano, a mi parecer: el artista (aunque yo no comulgara mucho con su razonamiento) ¿Y por qué? Porque expuso sus ideas siguiendo una lógica coherente y sin tratar de hacerse valer por encima del esteta, pero, sobre todo, porque en ningún momento recurrió al descrédito ni al insulto. El esteta que (en mi humilde parecer, repito) estaba más cercano a la «verdad», en vez de hacer lo mismo: intentar dialogar y exponer su razonamiento de manera moderada, sólo quería ser poseedor de esa «verdad» a toda costa, porque, simplemente, se consideraba más inteligente y docto que el otro (y lo es, en eso no me cabe la menor duda, aunque aquí, en esta confrontación, no lo demostrara) y es por ello (opino yo), por lo que no cejaba de tildar al artista de obtuso. Y es una pena, porque lo que podría haber sido un debate dialéctico enriquecedor, quedó convertido en una riña infantiloide de patio de colegio entre un abusón y un pardillo (viéndolo con los ojos del esteta, claro está). Y es que la onfaloscopia hace mucho, pero mucho daño. Desde el punto de vista intelectual, creo, ninguno es merecedor de la copa de campeón, ninguno ganó la partida, para mí quedó en tablas, porque ambos, según la creencia de cada cual, era dueño de una verdad, la suya. Y creo que sus verdades por separado no son la verdad verdadera, y juntas tampoco son la verdad verdadera, en todo caso una parte de la verdad verdadera o, simplemente, otra verdad. Sus verdades responden, repito, a las apreciaciones y concepciones estéticas de cada uno.

Creo que todos somos inteligentes a nuestra manera y que tenemos una habilidad para alguna cosa que no la tienen los demás, y esa habilidad tiene su utilidad para cada uno en particular y, al mismo tiempo, para el resto de nuestro congéneres, pero eso nunca debe hacernos sentir superiores al resto. Quizás el esteta sepa pensar y escribir divinamente (de hecho es de los mejores que he leído, no por lo que escribe (contenido), que también, sino por cómo lo escribe (forma), pero a lo mejor es incapaz de coger un pincel y hacer un retrato al óleo, o quizás pueda hacer ambas cosas, pero no es capaz de fabricar un juego de comedor en madera ni, posiblemente, será capaz nunca de realizar una operación como lo hace un cirujano, o desentrañar complicadísimos cálculos y fórmulas como un matemático, ni ser capaz de idear o desarrollar un software. O tal vez, sí, tiene capacidad para todo esto y es un GENIO. Pero… ¡ojo!, eso no le da derecho al descrédito gratuito, al desprecio por el otro. Ni siendo el otro un asno con ínfulas de brioso corcel. Y creo que, aunque uno tuviera la razón, y esa razón fuera fácilmente demostrable, siempre hay que dialogar y tratar de convencer, nunca imponer nuestro criterio a la fuerza por más duchos que seamos en alguna materia y, mucho  menos, insultar o desacreditar. Como decía en uno de mis remedos de ensayos, el hecho de que usted sea entendido en algo no le convierte en una divinidad ni en una buena persona. Son otras cualidades del ser humano las que nos ameritan como buenas personas (aunque en el interior alberguemos todos algunos genes de Mr. Hyde). A casi todos se nos ha ido la cabeza alguna vez, es normal, pero no debe ser la norma.

Que alguien esté equivocado no lo convierte en imbécil (recuerden, seguimos hablando dentro del marco del arte y de la estética). Que no me guste la obra de un artista no quiere decir que ese artista sea un mal artista, como, de la misma manera, que me guste la obra de un artista no amerita que sea un buen artista, y, en ambos casos, que sus obras sean malas o buenas. A mi admirado esteta, por ejemplo, le gustan obras y artistas que a mí no me gustan por más disquisiciones de todo tipo con que me travistan unas y otros. No me gustan y punto. Serán muy buenas o buenos (obras y artista), pero a mí no me satisfacen ni logran calar en mi conocimiento sensible. ¿Soy un asno por tal razón? ¿Soy un ser gris y mediocre y merezco el paredón porque tengo otro gusto, un mal gusto o un gusto estrafalario? ¿Pretende este esteta que todos tenemos que mirar con sus ojos? ¿Por qué ofender al artista? Simplemente diga que no está de acuerdo, que su visión es otra, que usted es fiel al ideario de Fulanito de tal que era la «reostia en vinagre» (perdonen el coloquialismo), pero no tiene que llamar obtuso o memo al que piensa diferente. Ojalá todos tuviéramos la capacidad intelectual de este esteta (es una verdadera eminencia en su materia), pero, desgraciadamente, no todos somos eruditos, no todos tenemos sus capacidades cognitivas y sapienciales.

Si en todos los ámbitos de la vida (léase artístico, político, social, económico, etc) primara el respeto por el otro (y recurro de nuevo a lo coloquial) otro gallo cantaría. Viendo lo disparatado que está el mundo hoy, este cuento viene a cuento. Hay que convertir el respeto y la tolerancia en el pan nuestro de cada día, yendo desde lo particular a lo general y de lo simple a lo profundo. Y, con respecto al problema estético y a esta, ya parece, eterna controversia, aún no se ha dicho, reitero una vez más, la última palabra. 

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