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EN CUANTO SUSPIRO SOY INFORMAL

Por: Gregorio Vigil-Escalera

Ilustración: Letni Art

Artículo. (Versión digital)

Ante las obras y el movimiento informalista se comparten significados —si se observan bien siempre los hay—, se perciben identidades materiales y expectativas, y se absorben capacidades sensoriales. Que no se diga, como afirmaba Goethe, que a la vida real le falta interés poético, ya que precisamente se demuestra que se es poeta cuando se posee el talento para descubrir lo que tiene de interesante un objeto vulgar.

Cierto que la materia tratada, utilizada, procesada, acaba en una realidad activa en orden a obtener sensaciones, emociones o vivencias estéticas. Por tanto, estamos frente a una abstracción no normativa —si es que puede catalogarse eso de la misma—, ni analítica, ni geometrizante.

Además, el informalismo consta de capítulos inagotables, con los que proyecta cubrir territorios plásticos mucho más grandes, a través de la desintegración de unos rasgos matéricos, intuitivos, instintivos, sígnicos, gestuales, espontáneos y con una total ausencia de estructuración como consecuencia de un desbordamiento sentimental compulsivo.

La primacía no la tiene la pintura ni el pigmento, sino el ensamblamiento de maderas, trapos, arpilleras, grafismos, sacos, telas, collages, polvos, desechos, signos, desperdicios, tintas, jeroglíficos, manchas, plásticos, cuerdas, alambres, yeso, telas metálicas, incluso planchas de hierro, vidrio molido y muchos otros.

No obstante, la consecución de este paradigma artístico no sería posible sin el predominio de las cualidades visuales del potencial expresivo que se encuentra en la contextura matérica, con sus calidades y con su amplitud de evocación y emisión de alientos de vida.   •

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