DIBUJO
¿Se le puede exigir al artista un compromiso más allá de sí mismo, de sus convicciones, de sus concepciones estéticas, de su ideario, de su realidad, contexto y sentir?
Los utilitaristas ideológicos dirían que sí, que deberían estar al servicio de una determinada dirección del pensamiento para hacerse eco de lo que significa un movimiento necesario para la humanidad, ya sea de tinte religioso, político, social, doctrinal o cultural, lo cual supondría, no nos engañemos, caer en las redes de un totalitarismo, sea de un signo u otro. En tales supuestos, lo que estaría en juego es la represión de la libertad de conocimiento del arte.
¿Pues no es acaso la actividad creadora un ejercicio en el que las posibilidades y potencialidades del hacer son infinitamente heterogéneas y diversas? ¿No hay otras verdades humanas que hay que descubrir y solamente lo puede hacer el arte? ¿No es el arte, entonces, el que hace razonar, según la reflexión de un eminente autor, a la humanidad y la conduce a esas fuentes que están ocultas en cada uno de nosotros, a veces débiles, a veces bloqueadas, pero que están listas a surgir?
Por consiguiente, por el mero hecho de ser un artista, este está naturalmente comprometido —su obra será la suya y tomará una significación implícita que, entiéndase bien, no tiene absoluta necesidad de verse subrayada constantemente por consignas y obedecer, en su estructura misma, a unas ordenanzas canónicas y rituales (Elio Vittorini)—. Y no puede verse reducido a un simple autor de valores formales o a un elemental intérprete de su tiempo, sino ser considerado como el creador de una realidad artística que está viva y palpitante en todas las épocas, incluso las trascienden. Este es el auténtico compromiso. •
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