Por: Ángel Alonso
«Mi crisis interior consiste en que yo no soy capaz de identificarme a mí mismo con el yo de mi pasaporte (…) »
Stefan Zweig
Voy por Barcelona y veo un árabe, pero no veo al doctor que era en su tierra ni al maestro que a lo mejor fue… solo veo a un inmigrante. Y pronuncio mal su nombre porque como sintió Jim Morrison en París when you´re strange no one remenbers your name…
Emigrar, ese siempre difícil proceso, no es el primer deseo de un ser humano, ni un capricho aventurero. Se abandona el país -entre otras causas- por miedo a que el poder castigue un pensamiento diferente, por lograr mejoras económicas o en muchos casos para sobrevivir. A pesar de ser un tema recurrente en el arte cubano casi siempre este se manifiesta revestido de una posición política obvia, proceso que suele transformar la obra en panfleto, ya que se atiende al aspecto externo del asunto y se ignora lo interno, lo humano. A diferencia de este cliché y con mucha más consciencia, la serie fotográfica Puzzles de José Ney Milá Espinosa (La Habana, 1959), trasciende lo anecdótico para investigar el aspecto psicológico del problema; esto es: los inconvenientes que enfrenta el emigrante en cuanto a la posible fragmentación de su propia personalidad, los daños estructurales de la misma durante el extenso, cuando no infinito, proceso de adaptación y sobre todo el miedo a que es sometido por el nuevo contexto y sus autoridades.
La serie está formada por fotografías que originalmente fueron usadas en la confección de pasaportes y demás procesos legales de los inmigrantes, el artista reutiliza lo que en principio hizo con carácter utilitario para edificar un discurso visual. Son obras plásticas en las que la fotografía resulta el medio idóneo para canalizar la idea. Como en Una y tres sillas del viejo Joseph Kosuth aquí el uso de la fotografía no es hedonista sino conceptual.
Claro, no son totalmente ascéticas, poseen su belleza propia, una que proviene precisamente del cuidado y la austeridad, una belleza refinada basada en la exactitud y el balance de texturas uniformes y figuras geométricas, en tensiones espaciales entre los diversos elementos de la composición, en delicados claroscuros monocromos (se destaca el uso del blanco y negro y el sepia), un tipo de belleza templada, cuidadosa, en la que no se busca que el observador diga «¡Qué linda foto!».
Se persigue un tipo de comunicación a la que cualquier esteticismo o edulcoración haría mucho daño, se trata de obras precisas, de sólida composición y de un dramatismo conseguido a través de lo que dejan ver: un quebrantamiento de la personalidad individual sobre la que se ejerce un control.
Los espacios blancos de las geométricas composiciones parecen metaforizar las lagunas mentales del emigrante, porque sus recuerdos, tergiversados por la distancia y el tiempo, suelen desaparecer a causa de la pérdida del orden; se pierde la cronología de lo vivido porque nace una parte de ti pero no muere la otra, lo que has sido está, pero se vuelve inservible en un gran porciento. En muchos casos la reacción diasociativa ante la eventualidad de una deportación trae como consecuencia que el individuo se resigne a lo que pueda pasar para no vivir en ese constante estado de miedo. Esta obra encarna esa disociación, esa descomposición de la personalidad que se ha labrado a través de los años en su propio país, y que le hacía sentir seguro.
Hay un aprendizaje de códigos que contradice los acostumbrados por el emigrante y no todos son capaces de asimilar con naturalidad el nuevo contexto, sobre todo si no se cuenta con una benévola hospitalidad. Para el recién llegado hay un reto ante lo nuevo que puede superar o no, un nuevo paisaje que puede reportarle felicidad o no en la medida en que pueda ir más allá del «estar», en la medida en que pueda también «ser» una unidad individual coherente y libre y no una personalidad fragmentada, quebrantada por el sufrimiento y controlada. Se trata, como expresa el autor refiriéndose a una zona específica de su trabajo, de un «conflicto inconsciente entre lo arraigado y las nuevas costumbres»
La existencia del pasaporte es en sí misma humillante para la libertad personal, como denunció Stefan Zweig en El mundo de ayer cuando se dio cuenta de que el progreso técnico no venía acompañado del progreso moral ni de la tolerancia. Poner límites a las personas por el hecho de querer desplazarse por el mundo es, por mucho que lo hayamos naturalizado, una violación de nuestros más fundamentales derechos.