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Bellas Artes

DE LAS CASAS

Por: Susana A. Montero

ARTÍCULO. (Versión digital)

El universo estético de Reinaldo Camejo de las Casas (La Habana, 1952) podría definirse con la mágica plenitud de un solo rasgo: el de la armonía; armonía de trazos, de colores, de formas que seducen en la inagotable mudanza de su composición, para hacer de cada pieza un conjunto propio, irrepetible.

Con ello, su obra logra una notable singularidad dentro de la evolución de la pintura abstracta cubana, a menudo caracterizada por una frenética policromía que arremete y se fragmenta sobre el receptor, o bien por una velada tangencia con el arte figurativo que delimita —y limita— las alternativas de la interpretación.

De las Casas, en cambio, nos invita a adentrarnos sin andaderas en el misterio de una abstracción pura, concebida como universo pictórico absoluto, para descubrirnos desde allí la inagotable capacidad de sugerencias del lenguaje de la plástica.

Sin embargo, tal singularidad no desdibuja la cubanía de su arte, expresada en su dinamismo, en el franco señorío de la luz, en su riqueza cromática, y sobre todo en el profundo impacto emocional que nos provocan sus cuadros.

Estamos, pues, ante un artista de largo aliento, que vierte en sus abstracciones actuales los ricos frutos de su trayectoria creativa. De ahí la madurez de su más reciente obra, en la que advertimos otra vez esa honda compenetración con el paisaje de nuestra Isla que representara anteriormente en sus inolvidables marinas.

Sin dudas, con esta nueva muestra de su producción, De las Casas afianza su originalidad artística y avanza, dueño de su oficio, sin alardes de audacia, hacia la búsqueda de un estilo pictórico que trascienda las contingencias efímeras de la forma, y que alcance, a través del raro vínculo de lo sensorial y lo emotivo, la más desnuda manifestación de lo humano.

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