De la textura al hacinamiento

Sobre el barrio pictórico de Javier Barreiro

Por: Marta María de la Fuente Marín

Hace unos seis años, la revista Arte Cubano dedicó una edición a la arquitectura y el urbanismo1. Entre sistematizaciones sobre los años 50, saldos académicos con el arte público, reconocimiento del graffiti,  la Dra. Concepción Otero Naranjo escribió un artículo sobre lo interdisciplinar de este tema. Aunque su meta estaba encaminada a clarificar teóricamente estas cuestiones, lo cierto es que realizaba importantes apuntes sobre el significado de la arquitectura, más allá de su objetivo práctico. Sobre ello, recuerda –y nos sumamos a ello- «la arquitectura en la ciudad no solo como un conjunto de edificios con una función práctica y una forma más o menos bella, sino como elementos que trasmiten una información determinada»2.

(De)codificar dichos –y otros- datos siempre ha sido interés del arte, y aunque esa edición lo ejemplifique de cierta forma a través de una figura como Carlos Garaicoa, ahora podemos leerlo también en Javier Barreiro (1986). Si bien no toda su producción se acerca a esta temática, las series dedicadas a ella no persiguen horizontes antropológicos que capten escenas desgarradoras; y más que excusarse en los paisajes arquitectónicos para regodearse en la textura, convierte esta última en la síntesis simbólica de una realidad microsistémica de la ciudad.

El barrio responde a «parte de una población de extensión relativamente grande, que contiene un agrupamiento social espontáneo y que tiene un carácter peculiar, físico, social, económico o étnico por el que se identifica»3, y el artista se ocupa de él –no tanto de su gente como de sus construcciones–, en obras como El solar, División y La casa cerrada.

Si bien cada una se acerca al ambiente barrial en diferente configuración, esta tríada comparte la pintura de alta texturización, donde el empaste toma relieve y protagonismo. Este principal atractivo, si bien sorprende al ojo –y seduce peligrosamente a la mano–, es resultado de una apreciación poderosamente cercana, que se enfoca en los detalles técnicos de la pieza. Sin embargo, una segunda, a mayor distancia, se detiene en el acabado indefinido – ¿dónde comienza una pared y termina un techo?–, provocando una sensación de contigüidad casi invasiva entre edificios y casas, que se aproxima a las reales disposiciones arquitectónicas y urbanas tan irregulares de estos sitios. Barreiro codifica el hacinamiento en clave texturizada.

La casa cerrada recupera parte del origen de estos barrios en Cuba, que María Victoria Zardoya recuerda como: «conformados en su mayoría por bohíos de yaguas cubiertos de planchas de zinc, cartón u otro material precario (…)»4, y esta pieza presenta una construcción de características similares. Su protagonismo no solo depende de la excepción que representa en su entorno como elemento único, sino que establece con este un marcado contraste de tamaño, color y definición. A diferencia de los edificios blancos, de pequeñas ventanas y de líneas disueltas que la rodean, esta casa se opaca más allá de su pigmento, por la oscuridad sugerida de las medianas ventanas y los marcados listones que delatan su material.

Aunque estos detalles profundicen en el pasado arquitectónico apuntado por dicha morada –el contraste entre los edificios altos, como símbolos de la clase mejor posicionada, y una casa, para las personas de los estratos más bajos, la penumbra de esta última como la falta de condiciones mínimas (electricidad), como un asunto «puesto en lo oscuro», ignorado5, entre otras referencias-, lo cierto es que destaca un elemento distintivo dentro del paisaje barrial; un punto cardinal al que se ata la identidad de la comunidad, y que Barreiro también representa en las otras dos piezas.

En El solar se enfatiza dicha construcción a través de los mismos mecanismos que la casa de la obra anterior. No se trata únicamente de los recursos expresivos en cuanto a tamaño, color y definición de líneas, sino que regresa sobre una de las facciones más desfavorecidas de la sociedad, sin pretender un escrutinio antropológico. Asimismo, División repara en los segmentos de muralla, que recuerdan el establecimiento progresivo de los barrios extramuros, considerados alguna vez también como marginales.

Tres obras que presentan escenas diferentes, de procedimiento configurativo distinto, pero que su similar resolución técnica y hálito social conforman un estilo. A vuelo de pájaro, Barreiro codifica una arquitectura a través de la textura, y sin imágenes retratistas, logra sugerir el hacinamiento, la historia, los contrastes y la diversidad del barrio. 

1._  Revista Arte Cubano, Nº 1, 2014.

2._ Ascensión Hernández, Documentos para la historia de la restauración (Universidad de Valladolid, 1999), 99, citado por Concepción Otero Naranjo, «Urbanismo, Arquitectura y las opciones de lo interdisciplinar», Arte Cubano, no1, 2014. 

3._ Oxford Language. 

4._ Maria Victoria Zardoya Loureda, «Entre crónicas y críticas. Los barrios de indigentes de La Habana vistos por la prensa (1930-1959)», Con Criterio, http://www.redalyc.org 

5._ Cfr. Ibid. 

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