Bellas Artes
«Lo principal no es comenzar a pintar precozmente,
sino ser primeramente un individuo.
El arte de dominar la vida es el requisito previo
para todas las demás formas de expresión (…)».
Paul Klee
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Dentro del gran tejido cultural latinoamericano, el expresionismo ha sido una de las corrientes más asimiladas por los artistas plásticos, sin embargo, hay varios casos en los que esta influencia ha sido matizada por su vínculo con la literatura. Su distorsión de la realidad objetiva, así como su apego al mundo interior alimentaron —junto al surrealismo— la fantasía del realismo mágico, y esto ocurrió de manera natural porque desde el Tercer Mundo la visión del dolor es otra1. Aquel dramatismo de la posguerra, aquella angustia del expresionismo alemán, está muy alejada de esta reinterpretación del movimiento que han hecho algunos de los artistas de nuestro continente. Se trata de una vertiente más sutil, más interna y menos exhibicionista, en la que no suena el grito de Munch sino el susurro de Elisa Valerio.
La artista cubano-americana, nacida en Matanzas en 1945, es un ejemplo de esta vibración expresionista que se diferencia de aquella tristeza invernal y europea. El gran artista noruego Edvard Munch, después de todo, estaba rodeado de nieve, mientras que una artista que ha lidiado con el sufrimiento humano a través de su trabajo como enfermera, es capaz de conocer íntimamente el alma de quien lucha contra la enfermedad y la muerte; silencioso drama que —si bien no tiene las estridencias de las bombas de una guerra— está presente en la vida cotidiana. Estamos ante una obra capaz de filtrar las herencias de Dubuffet o de Chagall hasta hacerlas cristalizar en un lenguaje propio, reconocible y de una honestidad contundente.
Sus figuras poseen, a causa de las expresiones de los rostros, aquella candidez que nos inspiraba el Charlot de Chaplin. Son rostros de intensa mirada, en los que la profundidad psicológica aparece mezclada con la ingenuidad de los personajes. Nos enternecen al punto de reconocer en ellos aquella pureza de la niñez. Sus rostros redondos nos miran asombrados a veces, serios otras, o expresando una profunda tristeza, con una boca entreabierta que parece querer contarnos un secreto, una vivencia oculta. Son cuadros cálidos, pero no solo por la pincelada y la textura sino por lo que representan y por cómo lo representan. Detrás de la dulce apariencia se esconde una dureza que parece provenir de un profundo conocimiento del ser humano. Sus años de trabajo a los que hemos hecho referencia, su labor como enfermera, no hay duda de que enriqueció su labor artística. El creador es un todo y no ha de estar aislado de la vida, todo lo contrario, mientras más intensa sea su existencia mejor podrá sintetizar su discurso artístico.
El crítico cubano David Mateo ha observado: «Cada detalle del diseño iconográfico creado por Elisa, en el que parece imperar una crudeza, una tosquedad geometrizante, por momentos cubista; cada uno de los efectos del entramado compositivo, lo mismo aquellos que se apoyan en la manipulación de los valores tonales, como los que se afirman en la superposición de las líneas del dibujo (ásperas a veces y delicadas otras), están en función de acentuar la distorsión expresiva del sujeto; el carácter tenso, caótico, de la atmósfera dramática que lo afecta. Ni tan siquiera el aliento de ingenuidad formal y estética que asoma en ocasiones a través de algunos de sus personajes (con rostros y gestualidades infantiles, casi de muñequería), logra atenuar esa cruda y exaltada intencionalidad expresiva que moviliza a la pintora». •
El control que ejerce sobre su gama de color no nos permite llamarle naive, hay demasiada profesionalidad en su pintura como para catalogar sus cuadros de «primitivos», lo que sí hace es jugar conscientemente con las ventajas de la pintura ingenua. ¿Pero no es acaso eso lo que nos enseñaron Klee, Chagall, Modigliani…? Henri Matisse decía: «Estudia, aprende, pero guarda un poco de ingenuidad. Tiene que estar dentro de ti, como el deseo de beber del borracho o el amor en el amante».
Destaca en su trabajo ese efecto lumínico que utiliza sacando el blanco del fondo, restando pintura después de sumarla sobre la textura. Este recurso se nota con frecuencia en la serie Mis niñas, que obtuvo el Primer Premio en el Festival Coral Gables de 2019. Ese juego entre poner y quitar la pintura para hacer más expresiva la textura previamente construida, no solo habita en los cuadros más monocromos sino también en aquellos más coloridos, en los que frecuentemente utiliza unas tonalidades azules muy específicas —muy presentes también en otras series—.
Suele difuminar las texturas hacia las esquinas transformándolas en planos de color, también en ocasiones aplica este recurso renacentista (sfumato) en los bordes y en los fondos, para hacer más notables los abigarrados espacios centrales, otras veces recorta la figura directamente con el plano. Es notable cómo, aunque mantiene una misma manera de hacer, siempre es diferente cada rostro. No hay aquel aburrimiento en el que caen muchos pintores —algunos muy famosos— que se repiten hasta la saciedad. Aquí cada ojo es diferente, cada labio es otro, cada personaje tiene su propia expresión. Y esto hace que uno aprenda siempre algo nuevo al pasar la mirada de un cuadro a otro.
Gracias al proyecto ARTE PARA VIVIR, que ha difundido ampliamente su trabajo, he conocido a esta excelente artista cubana; El Bunker Espacio Alternativo y otras importantes salas de exposiciones han tenido el honor de exhibir sus cuadros. Sus obras están en diferentes colecciones en España, Francia, Italia y Cuba.
.1._ El realismo mágico es un movimiento literario y pictórico de mediados del siglo XX y se define por su preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común. El término fue usado por un crítico de arte, el alemán Franz Roh, para describir una pintura que demostraba una realidad alterada, y llegó al idioma español con la traducción en 1925 del libro Realismo mágico (Revista de Occidente, 1925). Más tarde, en 1948, fue introducido a la literatura hispanoamericana por Arturo Uslar Pietria en su ensayo Letras y hombres de Venezuela (1948)
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