Ángel Alonso, figuras de lo salvaje

Por: Mabel Llevat Soy

… nos recuerda que muy dentro tenemos ese español acomplejado por no ser lo suficientemente europeo, por sus ocho siglos de presencia árabe y mestizaje. La España que gira en torno al ritual del jamón para escapar de la acusación de musulmana o judía.

Ángel Alonso escapa del circo de las clasificaciones. De las etiquetas y los cánones. Por eso no me preocupo de enmarcarlo en ningún movimiento pictórico. Él es simplemente Ángel Alonso, y posee un simbolismo que no sabemos cómo fue construyendo. Si salió de su fascinación por las películas que veía desde pequeño con sus padres y le transportaban a otras ciudades, si salió de las aulas de la Academia de Bellas Artes de la Habana, del poder subversivo de la Perestroika o por su cercanía con movimientos renovadores de la plástica local como Castillo de la Fuerza o incluso por su participación en exposiciones que ya han pasado a la historia como El Objeto Esculturado. 

A mí personalmente lo que más me ha fascinado es el poder político de su obra, su visión crítica de Occidente en un momento en el que yo pasaba también por el mismo proceso. Pero él ya estaba en ese punto desde hace años. Su cuestionamiento de la posición egocéntrica de la cultura occidental quizás empezó en un momento en que las artes en Cuba se vertebraban en torno a las Bienales de la Habana como una conexión sur-sur que se organizaba para oírnos solo entre nosotros, los desheredados, los marginados, los excluidos de las utopías civilizatorias y neoliberales. También en sus propias palabras como una forma de evidenciar la «condición autodestructiva del progreso y las desproporciones que caracterizan las llamadas sociedades modernas». La obra de Ángel Alonso disecciona Occidente y los dispositivos encargados de controlar las libertades en pos de una alianza con los poderes económicos y las leyes del mercado que afectan directamente a los países del sur y lucran con la migración, la fuerza de trabajo humana y el sufrimiento ajeno. 

Virgilio Piñera decía refiriéndose a Cuba, «Este país donde no hay animales salvajes» – y continúa- «Pienso en los caballos de los conquistadores cubriendo a las yeguas». En estas últimas pinturas de Ángel Alonso se repite la imagen del conquistador como representación de la masculinidad hegemónica ya sea representada explícitamente a través del atuendo o a través de un bestiario muy sugerente donde aparecen el caballo, el toro, el perro… En el lienzo Instrumento de conquista un perro enfundado en una armadura viene a imponer las leyes de la empresa militar mientras recibe las flechas indígenas como un San Sebastián que de súbito se topa con la resistencia viva de una comunidad aborigen.

Según Connell el conquistador deviene el primer patrón de masculinidad moderna en tanto emprende una lucha en territorio de frontera allende los mares contra una población original que es sometida. Según él «la creación de los primeros Imperios trasatlánticos (Portugal, España, Holanda, Inglaterra y Francia) fue una empresa de género desde el principio que propició un crecimiento de las ocupaciones segregadas del hombre en lo militar a través de la conquista colonial y el comercio ultra oceánico». (Connell, 1993). La construcción de lo que hoy conocemos como «hombre» va de esta manera alineada con el arma de fuego y la moneda. 

Pienso entonces en la polémica sobre la nacionalidad de Colón, paradigma del inicio de una empresa de masculinidad y poder conectado a la supremacía del capitalismo, de un poder arbitrario de expropiación y extractivismo euro/norteamericano sobre una población originaria que fue gradualmente desposeída de bienes y de identidad. Colón, en la punta fálica del monumento de las Ramblas, parece autorizar con su dedo levantado todas las empresas de extractivismo, depredación y conquista. 

Las pinturas de Ángel representan una conexión entre pasado y presente dado en la masculinidad de frontera (conquistadores, «descubridores», indianos, cowboys), la masculinidad de cuello y corbata que depreda desde la pulcritud de su oficina y la masculinidad del estado de alarma, ahora que vivimos en tiempos de centros de internamientos de extranjeros. También pienso en estos momentos de pandemia, excepción y aislamiento donde la masculinidad hegemónica esta representada por la policía, los magistrados y los políticos, poderes que encuentran el marco perfecto para ejercer la fuerza arbitrariamente y las poblaciones subalternas ven sus derechos más vulnerados. Los conquistadores en sus pinturas pueden llevar casco o yelmo antiguo y traje de policía moderno.

En un gesto revelador Ángel transforma un personaje masculino en un híbrido con cabeza de animal, cabeza de caballo. Un caballo es representativo de conquistador y conquistado, el animal que puede ser salvaje y doméstico. Es esa dualidad lo que le hace más fascinante porque se traiciona a si mismo y a su libertad como el negro de la plantación que según Mbembe podía ser también «cazador de esclavos evadidos y fugitivos, verdugo y ayudante de verdugo, esclavo de talento, guía, doméstico, cocinero, liberado que permanece sumiso, concubino, trabajador campesino afectado al corte de caña, responsable de fábrica, operario de máquinas, acompañante de su amo, ocasional guerrero». Estos roles se van intercambiando y para ascender en la pirámide social el cubano los va cumpliendo. Las tareas asignadas por su amo le van transformando en verdugo socializado en el odio hacia si mismo y hacia sus iguales. Y vuelven a mí las palabras de Virgilio Piñera en su Isla en Peso: «Ya no podemos bailar al son del areito», pero es que tampoco sabemos la sardana, los antiguos bailes paganos medievales, ni conocemos los secretos del flamenco. 

 

ángel Alonso
Vigencia / Acrílico sobre tela (80 x 100 cm) 2019

La obra Rehiletes de dolor, donde un toro se va desangrando hincado por las banderillas nos recuerda que muy dentro tenemos ese español acomplejado por no ser lo suficientemente europeo, por sus ocho siglos de presencia árabe y mestizaje. La España que gira en torno al ritual del jamón para escapar de la acusación de musulmana o judía. Pero también seguimos siendo ese cubano acomplejado por ser el criollo al que poderes externos e internos han despojado de derechos, expoliado y robado la capacidad de decidir en su tierra. España es el gallifante, cabeza de gallo y cuerpo de elefante. O como lo representa Ángel, cabeza de águila imperial y cuerpo de traje.

Los seres de sus pinturas ahora han perdido ligereza, ya no tienen alas, ya no son ángeles. Se han convertido en pesados totems que llegan a ser casi solemnes pero que realmente son trágicos representantes del teatro universal actual. En ese teatro las cubanas y cubanos luchan con su propia identidad ante toda acción hegemónica de colocarles en una esfera pre-humana, reducirlos a su instinto o impulso animal, separarles de su esencia y empequeñecerlos hasta que no sean más que el simulacro del cubano que se reinventa constantemente. 

Ahora que la ciudad de Barcelona se divide en regiones sanitarias pienso que cada crisis, cada migración, trae una reinvención. Un volvernos a mirar desde el prisma de la precariedad. Por eso siento en la obra de Ángel la despersonalización del sujeto que deja de ser «como nosotros» y comienza a estar habitado por el animal. Un animal sometido a dispositivos de extracción que tiene un valor en la esfera del trabajo, del deseo. Ese «hombre-metal, hombre mercancía, hombre-moneda» de que habla Mbembe en su Crítica de la razón negra y que también es la mujer explotada en trabajos de limpieza, en trabajos precarios o la mujer hipersexualizada.  

En la feria de indianos de Begur se hace una celebración colonial estereotipada de la insularidad y del ser cubano. El cubano participa como cómplice adoptando identidades fantasmagóricas que luego nos persiguen. Ahí se pueden encontrar el ron Cremat, increíbles contorsiones danzarias, las cubanas supuestamente exóticas y el clímax de la fiesta latina extendiéndose pueblo por pueblo por toda la costa del Maresme catalán. Se trata de ese mismo maresme de donde salió mi tatarabuelo, de donde salieron Bacardí, Partagás, Xifré, y esa infinidad de barcos catalanes a la caza del hombre-mercancía, catalanes que se alejaban de la vida conyugal a esclavizar negras y negros que luego vendían en Cuba. No importa que la estatua del pueblo encumbre la imagen del negrero explotador que luego regresó del Caribe a financiar una escuela, las fiestas latinas vienen a zambullirse en la comunión de razas donde el más grande y el más pequeño se unen en un mismo apetito.

Los pesados totems de Ángel Alonso están en Europa y están en Cuba. Sus animales atraviesan el trópico difícil de controlar para los reyes europeos, el lugar donde se compraban y vendían hombres convertidos en esclavos para escándalo de la norma moral europea. El conflicto ético del «nuevo» mundo despojado de leyes, instituciones, parlamentos, la república bananera necesitada de control donde reinan los excesos y la violencia. Sin embargo sus animales también están en la Europa del toro y del hombre caballo, en definitiva el salvajismo no parece ser inherente a Cuba, una tierra donde hay una rana pigmeo de solo 11 milímetros y un colibrí, el zunzuncito de solo 5 cm. Tampoco es inherente la grandilocuencia, ni la construcción de héroes caballerescos, partidos o líderes únicos. Todo eso vino de fuera. Quizás cavando la tierra podamos hacernos de esos ídolos y recuperar la identidad perdida. 

En multitud de historias las islas se han construido como el lugar idílico, el marco perfecto para la pérdida de la virginidad o la «dignidad». El prestigio, la historia, el clasicismo se diluyen ante la promesa de la bacanal protagonizada por el hombre confundido con la bestia. Quizás es esa misma figura de lo «salvaje» a lo que deberíamos perder el miedo, dejando que la vida se libere como esas plantas que se abren paso en el asfalto de una calle habanera. 

Bibliografía:

Achille Mbembe. Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo, 2016

Virgilio Piñera: La Isla en Peso

Connell: The Big Picture, Masculinities in the recent world history, 1993

salvaje
El comunicado / Acrílico sobre tela (80 x 100 cm) 2020

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