Bellas artes
Extrañamente a lo que podría pensarse la alquimia, tantas veces corregida y expiada por el fuego de la hoguera, terminó siendo un obstáculo ocasionalmente apartado por las distancias seculares y los oscuros anteojos de la ignorancia. Fomentada despectivamente desde los tiempos medios, el Opus Nigrum –fórmula alquímica que aspiraba a la disolución y calcinación total de la materia y las formas– poco se ha diferenciado del separar y reducir que ha permeado a las ciencias de la modernidad. Lo alquímico, práctica «oscura» y «demoníaca» en una época donde la fe conducía a la violencia y el burdo escepticismo era castigado con ensañamiento criminal, terminó condicionando un prejuicio atávico que impidió revisitar la conexión indisoluble entre ambas formas de aproximación a lo real.
Cuando en Opus Nigrum Marguerite Yourcenar narra las vicisitudes de Zenón, médico del Flandes [siglo XVI], una ciudad que prosperaba pese a las pugnas religiosas originadas a partir del Concilio de Trento y de la Reforma Protestante, la alquimia era ya una fuente de un simbolismo profundo. Referido a las pruebas del espíritu, la alquimia promovía una liberación solo cotejada con la posibilidad de derogar los infundados prejuicios que impedían ver, cómo el manejo de los elementos iba convirtiéndose en el fundamento de una cultura continental.
Mucho de ese espíritu de liberación y desenfreno, el solve et coagula alquímico regurgita en las febriles y apasionadas modelaciones visuales que hoy Milena Martínez Pedrosa encapsula en Mud, Fire, and the Alchemy of Faith. Milena, asidua a descomponer y re-componer, funda en el hallazgo de los materiales un deseo que se hace cuerpo en ellos. Los elementos son la clave de una piedra filosofal en la transmutación de los metales en oro. Lo que perdura son precisamente esos «residuos» que convertidos en polvo, aire, en fuego, en agua, encuentran en los pilares la génesis de las ideas de una civilización.
Cuando el meditativo Zenón en Opus Nigrum veía cómo las nociones fundamentales que lo habían hecho Ser morían al igual que los hombres, el consuelo a su desencanto estaba precisamente en la capacidad y perdurabilidad de los elementos. «Obscurum per obscurius, Ignotum per ignotius. Ignoramus, sed non ignorabimus» se decía una y otra vez.
De las cabezas trocadas y servidas para degustación que tanto me recordaron a Judith cuando cortó de cuajo la cabeza a Holofernes, hasta la reducción a los elementos, Milena Martínez Pedrosa hace suya una búsqueda como peregrinaje, como indagación desde la disolución. La experiencia de la reducción plantea necesariamente la naturaleza de la conformación ontológica, de lo que somos, del cómo, del para qué. Los elementos reducidos a su condición fundante, coteja un silogismo que va más allá de las estructuras. El elemento no es nada sino forma parte de una totalidad, los alquimistas sabían esto, Milena también. La hondura metafísica radica precisamente en la capacidad de observación y combinar hasta llegar al punto de no saber distinguir qué mano pinta la mano que pinta.
Mud, Fire, and the Alchemy of Faith es un mapamundi donde los elementos combinados crean vida. La viriditas, esa especie de Alma Mundi que Zenón reconoce como «el inocente abrirse paso del ser que crece tranquilamente en la misma naturaleza de las cosas, brizna de vida en estado puro» adquieren cuerpo en tres instalaciones invasivas, punzantes, pero sobre todo, tres instalaciones que buscan esa zona limítrofe donde la fragilidad es un umbral que termina erosionando la memoria de lo que somos.
Milena Martínez Pedrosa destila un simbolismo híbrido que impone un deseo como contemplación. Los elementos son solo el pretexto para escarbar en las raíces de lo humano, en sus fuentes fundacionales, en sus traumas seculares, pero sobre todo en ese deseo reprimido de intervención divina, no siempre aceptado.
Mud, Fire, and the Alchemy of Faith es también una alabanza al pensar racional, sin embargo, Milena duda de esa confianza que comenzó con la maldición de Prometeo y terminó con los sueños de la razón. Por eso Mud, Fire, and the Alchemy of Faith es también un espacio rupestre, un espacio donde el recogimiento, donde la fragilidad del cuerpo, ese efímero equilibrio que es la vida, puede ser fracturado precisamente en la disolución de sus elementos.
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