Bellas artes
«La manzana se convierte en un símbolo
de la dualidad de la naturaleza humana:
el deseo y la culpa».
John Shearman
La manzana ha sido siempre un símbolo poderoso en el arte, con amplias alusiones al conocimiento —y a la tentación, como referencia bíblica—, pero la manera en que la aborda Tony (Juan Antonio Rodríguez Olivares) va más allá de su uso común. Aquí la tentación puede también referirse a las grandes urbes; recordemos el uso del término Big Apple para denominar a New York, por ejemplo.
Tony recicla y reinterpreta los significados ancestrales de la manzana, desde su histórica vinculación con el pecado original hasta su celebración del placer y el hedonismo, conceptos que resonaron en las obras de los precursores del surrealismo. Desde Hieronymus Bosch (El Bosco) hasta René Magritte, la manzana ha sido objeto de análisis y transformación. En el caso El Bosco, la representación de esta fruta en El Jardín de las Delicias se erige como un potente recordatorio de las consecuencias de la indulgencia, un símbolo que, según el crítico de arte Robert Hughes, «explora la fragilidad de la moralidad humana». Por su parte, Magritte utiliza este símbolo para indagar en la cotidianidad y la familiaridad, al tiempo que revela la ilusión y el engaño, evidenciando la dualidad entre lo visible y lo oculto. A través de su representación artística, la manzana se convierte en un vehículo que incita a la introspección sobre nuestra relación con el conocimiento, la tentación y los dilemas morales.
Juan Antonio Rodríguez Olivares ha logrado, en estos dos cuadros (y otros) procesar el legado surrealista en cuanto a sus interpretaciones sobre la manzana, convirtiéndola en la protagonista de un discurso único, tan personal como profundo, que no se puede encasillar fácilmente.
En estas obras, la ciudad emerge debajo de la piel de la manzana, evocando la idea de la dicotomía entre el exterior y el interior de una misma entidad. Los títulos, cuidadosamente seleccionados, actúan como anclas conceptuales que articulan las ideas implícitas en su trabajo. En La fruta prohibida, la ciudad se presenta como un vestigio que, a pesar del denso hacinamiento de edificios, da lugar a una flor esperanzadora que brota, simbolizando la resiliencia del espíritu humano. En Memorias de un largo viaje, la manzana flotante y fraccionada, cuyas hendiduras se asemejan a ventanas, se convierte en un escenario onírico donde un zepelín es controlado por una cuerda, evocando la narrativa de los sueños de Julio Verne y las ingeniosas máquinas imaginadas por Leonardo da Vinci.
El modo en que Tony procesa sus influencias artísticas desafía las categorías convencionales, pues, en lugar de encasillarse como un surrealista, ha integrado los aportes de este movimiento para forjar una obra que es genuinamente suya y autónoma. Aunque aquí nos centramos en la manzana como elemento central de sus obras, esta es solo una faceta de su vasta y rica iconografía, que invita a una exploración más profunda de los matices que componen su universo creativo.
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