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Bellas artes

Ernesto Ferriol

Un Dios en tiempos de simples mortales

Por: Liannys Lisset Peña Rodríguez

ARTÍCULO. (Versión digital)

Ernesto Ferriol es un artista que dibuja todos los días y de memoria, lo hace en su estudio, o en un trozo de papel que ha encontrado al descuido; precisa atrapar la imagen antes que desaparezca, pues esta es su única conexión posible con lo real. Cada rasgo o trazo en la superficie es un extraordinario ejercicio de resistencia al olvido. Pero el punctum bartheano, ese que moviliza y pone en tensión al espacio, en estas obras, radica en eso que dijera Fernando Castro: la imposición que despoja todo «lo visto», para proponer lo inadmisible y dar rienda suelta a lo imprevisto.

Ferriol siente que al dibujar puede sostener lo intangible, aspirar a la trascendencia, volverse algo así como un Dios en tiempos donde lo efímero tiene una mortalidad asegurada. Para ello se ampara en la belleza, esa que decía Ingres, es como la pasión ¡no se puede perder! Impone lo bello como el regodeo de lo erótico: sin brusquedad. Redibuja rostros, cuerpos, riquísimos atavíos, construye las escenas; traza y define los espacios. Pretende marcar los caminos de la mirada, que se adentra en lo que salva: la trascendencia, esa posibilidad de sobrevivir en el tiempo, a través de una imagen.

Para Valery el dibujo es el género que compromete más la inteligencia, es la oportunidad de extraer más allá del gesto; el trazo, la línea o sombra que lo destruye o integra. El dibujar supone un hallazgo, una obediencia a la mano. «Lo es todo» decía Giacometti. «Es mi forma de fabular, experiencia central, única e irrepetible, en la que he creado una versión material de pensamientos e inconformidades» — sostiene el artista—.

Ferriol dibuja siempre, incluso lo hace con los ojos, como Ingres, cuando no puede con el lápiz; luego mirada y mano establecen una coordinación extraordinaria; y como placer lento, la representación fluye.

Los dibujos a diferencia de la pintura deben mirarse a través de los ojos del artista, intimidad que advierte una conexión que sobrepasa el colocarse ante la imagen, es preciso entender el motivo de los trazos, hay que conocer la historia del artista para adentrarse, entonces, en la historia de la obra.

Ingresca con paloma amaestrada evidencia la frágil naturaleza del dibujo. Esta odalisca es un personaje que funciona como símbolo, traducción de lo pensado a la representación. Desnuda, palpable al deseo; es una trampa; pues el artista encuentra en lo erótico el placer visual, donde el cuerpo, la epidermis es impulso que da paso a otras zonas más complejas a nivel simbólico y estructural. Ingresca interroga al espectador, lleva las manos atadas, su figura y escena está conformada por trazos que se pierden en la superficie, para luego reaparecer en una forma voluptuosa, o una luz que surge y se desvanece. La escena define una sabiduría dibujística, propia solo de quién dedica años a comprender sus entresijos, es además poesía. Hay una predominancia del fondo, la figura existe a partir de los espacios: juego de sombra y luz, que la diferencia de El Rey Mago; el preciosismo minucioso, propio del trabajo con el lápiz, hace que la imagen no necesite nada más; todo está latente en la figura, una esencia dibujística que arropa, dijera Ferriol, en un delirio casi surrealista.

La vidente orando se presenta en una composición piramidal, recuerda las visiones de madonnas renacentistas, esta ora con los ojos cerrados, y nos sumerge en un estado de meditación, que invita al silencio: «he ahí donde radica mi apego al arte japonés, insisto en la contemplación como forma de creación-percepción(1)».

Ferriol es un fabulador, ha creado una mitología única; un argot plástico-simbólico que conjuga las influencias occidentales y la tradición pictórica japonesa. Por ello sus odaliscas son misteriosas pitonisas con cuellos desproporcionados, que interrogan; y el ropaje de ese negro hermoso: un bíblico Melchor, o quizás algún rey perdido del folklore afrocubano, está ricamente enfundado en un kimono, obra de arte en sí misma, o que esos personajes antropomorfos (hombres elefante, ancianos de escrotos enormes), sean esos Oni(2), que han escapado del Yomi(3), o manantial amarillo.

Existe un pasaje, en Las metamorfosis de Ovidio, que nombra cómo el dibujo es el pensamiento que intenta transformar la visión en abrazo, desemboca en drama. Se describe como el artista plasma esa imago, que ya no es lo común para ser él mismo: Iste ergo sun. Ferriol en sus dibujos exige lo esencial: el diálogo entre la superficie del papel con su pensamiento, ese momento divino, donde insiste en la primacía del talento, por encima de las modas; en la figura del pintor en una posición privilegiada y merecida, por su sabiduría y estudio. Insiste en esa capacidad por encima de otros; de trascender; en esa dádiva de sobrevivir en sus imàgenes como un dios en tiempos de simple mortalidad.

  1. _ Dato tomado de entrevista al artista.
  2. _ Demonio en japonés
  3. _ Denominación del infierno en la mitología japonesa

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