Bellas Artes
El fenómeno de la globalización significó una fuerte expansión del conocimiento y proyección del arte en todos los continentes, dado que por su naturaleza fue también objeto de los procesos de transformación que se producen a un ritmo cada vez más acelerado.
No obstante, antes ya se habían llevado a cabo contactos como el de la Exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla, la I Bienal Hispanoamericana en Madrid, la II Bienal de la Habana en Cuba, la III en Barcelona, y, por último, la de Arte en Iberoamérica 1820-1980 en Madrid. Lo cual no condujo a eliminar en gran parte los obstáculos que todavía se empeñaban en permanecer, fundamentalmente por el dominio de los medios, recursos e idearios estéticos eurocentristas y norteamericanos.
Fueron en consecuencia esos innovadores impactos tecnológicos, informáticos, informativos y de telecomunicaciones, junto también con circunstancias políticas y sociales tanto favorables como adversas, los que hicieron que lo que era hasta entonces un sueño de hondas raíces seculares tomase, decisivamente, un rumbo en orden a un acercamiento progresivo y enriquecedor.
Con lo cual, y resumiendo, llegamos a esta III Edición del Arte Iberoamericano organizada, patrocinada y promocionado, igual que las dos anteriores, principalmente por la Fundación Obra Pía de los Pizarro de la villa de Trujillo, que ha irrumpido afanosamente con el fin de que los encuentros entre ambos territorios no solo prometan continuidad, sino también entendimiento, saber e ideas entre sus respectivos habitantes.
Y aunque el ángel de la inspiración tenga motivos para desaparecer espantado ante lo que sucede en el mundo actual, en esta ocasión ha pactado una tregua por tratarse de una manifestación artística que tiende puentes y que bebe de la sabiduría antigua y perdurable en transmutación hacia lo que ahora se descubre como arte iberoamericano contemporáneo.
El cual, si la civilización actual alimenta su propia mitología a marchas forzadas, camina imbuido de un espíritu en movimiento sigiloso —cree en lo que él mismo mira y lo que mira son sueños despertando realidades—, al mismo tiempo que se exhibe en la aventura de extraer lo eterno de lo transitorio, lo metafísico y ontológico de un hacer concentrado en la materialización de un repertorio estético que implica e invoca a esa conciencia óptica que nos invita a pensar.
Por tanto, todos y cada uno de los autores participantes, de amplia y consolidada trayectoria, revelan una acción artística de sello muy propio y activo, que penetra y se hunde entre los entresijos de una visión que nos describen universos que confiaban en esas ideas y valores plásticos para mostrarse.
Por detrás de sus quimeras presienten fuerzas y lo que hacen es sumergirse en ellas, presintiendo las apariciones y las formas mediante las cuales la experiencia alcanza el pensamiento.
Dentro de esa existencia que solo es soportable en el equilibrio entre la vida y el tiempo (Cioran), cada artista, en función de sus orígenes y patrones culturales e idearios, perfila en su práctica las cuestiones de orden formal y genésico producto de la síntesis de acumuladas capacidades y habilidades. Transmitiendo, a través de ello, una realidad concreta que busca al hombre de nuestros días en su propósito de inculcarle, que en la vida que le rodea, su soledad está acompañada.
Contando además con que las posibilidades de seducción son infinitas, al poder apreciar que en estas obras aquí expuestas la pura dinámica de la forma y el color —no existe acontecimiento en la historia que no esté mezclado con ambos— se adelantan a todos los conceptos e influyen en todas las percepciones y modalidades de la estética actual.
A la vista de esta integridad y magnetismo se aprecian sutiles concordancias en el hecho de afrontar contiguos planteamientos, de lugares y culturas, aunque en su culminación final se erigen como unidades singulares y originales centradas en su verdad como proyección cósmica, pues no cabe duda de que en el proceso evolutivo de toda expresión artística debe tomarse en consideración el que exista un vínculo consuetudinario que lo impulse. Cada territorio tiene sus propios veneros y tradiciones, pero el epítome formal tiene lugar en esa aproximación temporal y física que se ha suscitado en los últimos años, en los que aflora esa visión espiritual como eje y nexo fundamental de la universalidad de esta creación artística.
En este sentido, podemos afirmar que esta exposición es el fruto de un largo quehacer dedicado a la obtención de sus puntos de referencia en una diversificación de tendencias y estilos, de técnicas y materiales, de tiempos y espacios, de lugares y culturas, con una mirada puesta en el entorno exterior y otra en el sentir interior.
Y sus artistas, forjadores bajo la irradiación de una dimensión irreversible de lo inconmensurable, han encontrado una expresión real y tangible de elevación a la cima de su ser creador y a la ponderación visual de las fuerzas e impulsos que les acometen.
Es así como en breves citas podemos citar a Zachrison como un hondo dibujante de sendas desoladas; a Giralt como un arquitecto de sensaciones cromáticas; a Ciria como un epistemólogo expresionista de cromatismos ilimitados; a Oyonarte como un artífice de signos en horizonte luminosos interminables; a Julio Ovejero como un aglutinador de esencias y hallazgos plásticos; a Canogar como un armador de esqueletos aéreos que se autorregeneran; a Asmat Chirinos Zavala como el instigador de un misterio visual que agranda la mirada; a Elena Blanch como una escultora que desnuda la forma; a Javier Gómez como un virtuoso de lo vítreo polícromo; a M.ª del Socorro Morac como la hechicera de una cosmovisión lírica; a Luis Berruti como un tallista que envuelve la forma en la materia; a Charo Villa como hacedora de una abstracción simbólica; a Andrés del Collado como un pintor de imágenes cromáticas en su contexto real; a Patricia Larrea como una buscadora de lo esencial en la materia; a Cecilia Liao-Czili como una fabuladora escultórica de libertad desenjaulada; a Felipe Alarcón como perpetrador de una obra que transporta a universos impredecibles; a Juan Francisco Yoc como el generador de una fantasía entre dos tiempos; y a Orlando Arias como agente revitalizador del pasado en el presente.
En definitiva, en su acepción más metafórica, estaríamos ante una extraordinaria simbiosis estética que atrae la atención prioritaria sobre un proyecto que abre unas firmes expectativas para los próximos años en el panorama artístico iberoamericano.
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