El influjo de la cultura popular en los movimientos artísticos de vanguardia es algo que ya se ha naturalizado en la pintura actual. Esto lo muestran con claridad obras de pintores como Roy Lichtenstein, quien interpretaba libremente el cómic y realizaba cuadros en los que reproducía hasta las tramas de puntos que dejaba la huella de las imprentas. Uno de los mayores valores del pop art consistió precisamente en llevar íconos de la cultura popular a las obras que producían, intentando borrar las fronteras entre lo culto y lo popular.
El reciclaje de la imagen, la apropiación y la intertextualidad, irrumpieron en Cuba bajo la etiqueta de posmodernidad, y es eso precisamente lo que identifica al Tercer Mundo en el terreno artístico: La información «irrumpe», los modos de enfrentar la creación llegan bajo patrones construidos desde las sociedades poderosas que marcan las pautas. La obra de Juan Manuel Hernández Fuentes (1964) cuestiona esa jerarquía porque su trabajo pone en crisis la verticalidad del poder y lleva, a un mismo nivel, a todos los personajes de los cómics y a todos los superhéroes, sean rusos, cubanos, argentinos o norteamericanos.
En una de sus piezas, el policía Tío Stiopa de los animados soviéticos juega a las cartas con Superman, no resulta más importante uno que el otro. Juan Manuel trabaja con imágenes heredadas que mezcla creando nuevos discursos, recoge del pop art los principales ingredientes para ofrecernos un producto único y reconocible; no se trata de mezclas mecánicas sino de un montaje teatral en el que cada personaje asume un papel específico, pero en cuya historia no hay papeles secundarios.
Establece paralelismos, provoca la interconexión de diversos contextos culturales, mezcla diferentes momentos históricos y sobre todo reinterpreta figuras que ya en sí mismas contienen significados específicos.
Manolo, como le llaman sus amigos, pone a dialogar pacíficamente a diferentes personajes que en nuestro imaginario implican conflictos, que representan originalmente ideas opuestas. Pudiéramos decir que se trata de una obra de conciliación, de entendimiento; un intento de armonizar las más contrarias ideologías. Al mismo tiempo es un acto de desacralización, porque en sus cuadros, cargados de humor, no hay espacio para lo sagrado. La risa de los espectadores protagoniza la recepción de su trabajo. Estamos en presencia de un artista que se burla de las amarguras con las que se ha tratado de asociar a los creadores en el cine y en la literatura. Y lo mejor es que se ríe en medio de asperezas que no vivieron nunca ni los más idealizados mártires del mundo del arte.
Nos han vendido la idea de que el artista ha de sufrir penurias como Gauguin, llevar una vida llena de tribulaciones y enfermedades como Modigliani o llegar al extremo de cortarse la oreja como van Gogh. Manolo es todo lo contrario a ese artista atormentado; afronta con una amplia sonrisa todas las dificultades que se ponen en su camino, trabaja constantemente, con una autodisciplina que es todo un ejemplo. Como todo artista verdadero permanece en ebullición y se empeña en aprovechar al máximo cada día. No exige las mejores condiciones ni el aislamiento de una «torre de marfil», puede pintar en medio de la contaminación sonora de La Habana, entre ruidos apabullantes y escuchando el murmullo de miles de conversaciones al mismo tiempo.
Con total transparencia y sinceridad, sin el ánimo de competir con nadie, Juan Manuel va edificando su obra día a día, perfeccionando su habilidad técnica con la planimetría de los colores y la limpieza de la paleta, salvando a todos los cómics del mundo en un increíble Arca de Noé, poniendo bajo la misma lupa a John Lennon y a Mafalda, ecualizando las más disímiles verdades bajo la estructura uniforme de una composición de Andy Warhol.
El cómic fue durante el siglo pasado una de las fuentes de entretenimiento más extendidas. Influía en la formación del hábito de leer y encarnaba nuestros sueños de superación personal y nuestras ansias de éxito. Su popularidad era tanta que encontró, junto a sus amantes, todo tipo de detractores. Todos hemos querido ser un justiciero como el Capitán América, o como Superman, pero no olvidemos la carga ideológica que se esconde tras estos personajes y el poder de manipulación que tienen sobre los lectores más vulnerables: Los niños.
Actualmente, la cultura de entretenimiento se ha desarrollado en el mundo digital, y es en este espacio virtual donde habitan hoy en día los superhéroes. El acto de navegar por Internet implica un nivel de individualismo y soledad que no conocieron los lectores de las tiras cómicas. Los que en los años 50 vieron en el cómic un peligro enajenante, hoy se horrorizarían ante la nueva realidad. La misma interconectividad que nos permite acercarnos a personas antes inaccesibles, de otras partes del mundo, nos lleva a la paradójica incomunicación con las personas que nos rodean. Sustituímos un encuentro cara a cara, capaz de provocar una gran afectividad, por un encuentro en el que la mirada queda fragmentada tras unos píxeles titilantes, alejada del verdadero calor humano.
Manolo rescata esa calidez de los cómics originales al pintarlos sobre el lienzo. Por eso pienso que, detrás de la carcajada que pueden provocarnos estos cuadros, hay también un poco de nostalgia. Para Manolo, el cómic significa mucho más que información o entretenimiento. Los personajes que pinta, han sido el medio ideal para edificar su discurso artístico. •
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