Profundidad psicológica y factura magistral

La obra de Henry Rodríguez Bienes

Por: Ángel Alonso

El descreimiento y la banalización a que ha llegado el arte contemporáneo ha encontrado una respuesta contundente: surgen nuevas voces que regresan, a un nivel superior de profesionalidad, al amor por el detalle y la buena realización. Este retorno al rigor del oficio está amparado actualmente por muy pocas instituciones.

¿Por qué son pocos los espacios expositivos que legitiman estas producciones artísticas apegadas a la buena factura? Porque todavía abunda entre nosotros  el temor a ser tildados de conservadores por defender una obra elegante y figurativa como estas creaciones de Henry Rodríguez Bienes (1981), que enarbolan —dentro de su amplio trabajo— un discurso un tanto barroco, no solo por su valoración del detalle y por la atención a los ornamentos, también por su espiritualidad y por la profundidad de los pensamientos que encarna.

¿Se trata de Arte Contemporáneo? ¡Claro que sí! ¿Qué es el arte contemporáneo si no es aquello que se hace en estos momentos? El MEAM (Museo Europeo de Arte Moderno) es una de las pocas instituciones que dan a conocer a los  creadores apegados al oficio,  ostenta en sus salas una muestra de más de 300 artistas de los cinco continentes y nos dice «Y es que la colección es tan rabiosamente contemporánea que la totalidad de obras presentadas son de artistas vivos, que realizan su trabajo en la actualidad (…)1».

Estamos ante una obra que va más allá de su factura magistral para entregarnos un resultado contundente. La precisión de la entrenada mano del artista no es aquí un alarde técnico gratuito, sino una imprescindible condición para construir ese mundo fantástico y personal que nos ofrece. Henry es un artista que destaca por su madurez y su notable autoexigencia.

La parte más imaginativa de estas obras reside en los accesorios de las cabezas representadas, ellos consisten en escenificaciones que nos estimulan a tejer historias y apoyan el estado emocional de los personajes retratados. Las líneas onduladas desempeñan un papel esencial en su exquisito dibujo, al mismo tiempo que el control de las tonalidades sepias aportan un sabor a daguerrotipo, a documento antiguo, de ahí lo sagradas que parecen ser estas imágenes. Los modelos nos observan entre sus delicados claroscuros, sus miradas intentan abrirse paso —cuando pueden— atravesando la recargada decoración de sus cabezas.

En una pieza como Chamán, por ejemplo, las escenas representadas sobre la cabeza del personaje remiten a un fantasioso mundo de monstruos y hechizos, mientras que en un retrato como Mujer con sombrero son elementos naturales los que le tapan el rostro. Esta recreación de la naturaleza pudiera emparentar la pieza con el rococó, pero la desafiante cabeza del pájaro que se inclina sobre el rostro y la clave monocroma en el uso del color la apartan de la ligereza de ese movimiento. Las bases históricas de este modo de construir las imágenes podemos encontrarlas, además de en el barroco, en el art nouveau, por su tendencia a la sensualidad y por el sentido atemporal de aquello que se representa. Las figuras de Henry Rodríguez no pertenecen habitar en una época específica, sino en ese campo etéreo de lo imaginado al que el surrealismo prestó tanta atención.

Ya sabemos que el gran invento de la fotografía expulsó al pintor de su oficio representacionalista, pero el tiempo ha demostrado que la visión personal de un retratista nada tiene que ver con la inmediatez del fotógrafo. Aun  cuando el nuevo retrato se suele basar en la fotografía, el pintor pasa por un proceso meditativo durante la construcción de la imagen, mucho más lento que cuando se aprieta un obturador. El retrato, ese género un tanto olvidado, hace gala aquí de su profundidad psicológica, no se trata solamente de parecido físico o de logradas proporciones sino de un acercamiento emocional al modelo, una aproximación a esa zona del alma donde no suele llegar una cámara.

La hechicera es un buen ejemplo de esta profundidad psicológica, el personaje nos mira con una intensidad que recuerda a La Gioconda, este paralelo que podemos establecer con Leonardo a través de este retrato me sugiere una idea un tanto arriesgada: Ante la  renovación ideo-estética ocurrida a principios de los 80 en Cuba, en aquellos tiempos de muchas ideas radicales, bad painting e instalaciones, el artista uruguayo Luis Camnitzer llamó «Renacimiento cubano»2 a lo que estaba sucediendo en la isla. ¿No será que ahora está ocurriendo, en otro sentido, un nuevo Renacimiento en las artes visuales, pero a nivel mundial? Es posible que ya las largas explicaciones que tanto aburren a los espectadores, colgadas a gran tamaño en las paredes de los museos, hayan agotado su razón de ser. Tal vez es hora de cubrir esas paredes con obras de gran calidad artística como las de Henry Rodríguez Bienes. •

artepoli logotipo

1._ https://www.meam.es/es/collections/contemporany-figurative-art/
2._ Camnitzer, Luis. La Segunda Bienal de La Habana, Arte en Colombia, nº 33, La Habana, mayo, 1987, p. 85.

Simulador Digital & Kiosco

Ver versión digital en el siguiente enlace o adquirir ejemplar impreso de alta calidad en nuestro Kiosco Artepoli

COMPARTE, DALE ME GUSTA, REPITE

¡ESTAMOS LISTOS!

vamos a conectar