I
Conocemos y sabemos claramente la naturaleza de los estrechos lazos históricos, culturales y artísticos que han vinculado a España con toda Latinoamérica. Como escribió Gutiérrez Viñuales, «España encontró en América un espejo cultural donde mirarse y encontrar razones para su propia identidad, mientras que América halló en la tradición hispánica elementos plausibles de ser revividos y entroncados con su propia historia, su cultura y por ende su arte, confirmándose pues como sustento de la nacionalidad». Por lo tanto, tales vínculos ya han sido descritos y pormenorizados hasta la saciedad con independencia de que a lo largo del tiempo, y no solo en el terreno artístico, ha habido tanto fases de mayor acercamiento como de un alto grado de distanciamiento.
Pero ciñéndonos al campo de las artes visuales hemos de tomar en consideración las siguientes etapas:
INICIOS
Para situar el primer hito importante tendríamos que referirnos a la Exposición Iberoamericana de 1929, acontecida en Sevilla, concebida más bien como una operación de liderazgo por la Dictadura de Primo de Rivera para contrarrestar el «panamericanismo» de Estados Unidos. La sección de arte, una de las tres en las que estuvo dividida, se escindió, a su vez, en dos exposiciones, una relativa al Arte Retrospectivo y otra correspondiente al Arte Moderno. No tuvo una gran trascendencia y de hecho careció de continuidad hasta la I Bienal de 1951.
Y llegamos a las Bienales Hispanoamericanas, inspiradas en la Bienal de Venecia y organizadas por el Instituto de Cultura Hispánica y apoyadas por el Ministerio de Asuntos Exteriores, que, durante los años cincuenta, constituyeron uno de los hitos importantes en lo que atañe a una posibilidad, todo lo incompleta que se quiera, de presencia del arte latinoamericano en España. Y decimos que insuficiente y fragmentaria por la influencia de razones políticas, diplomáticas y académicas respecto a ciertos artistas que no obtuvieron el visto bueno, lo que dio lugar a partir de entonces a un cúmulo de protestas sobre la idoneidad de estos eventos, llegándose a la réplica de «contra-bienales» o «anti-bienales» propiciadas por Picasso, Rivera, Siqueiros y Tamayo.
No obstante, si bien embrionariamente, sirvieron para una toma de contacto y el conocimiento de autores renovadores y emergentes que estaban asomando con fuerza en ese continente. Se llegaron a celebrar tres ediciones (Madrid, La Habana, Barcelona) y a comienzos de los años sesenta, dadas sus limitaciones y las frustradas expectativas que habían generado, dejaron de funcionar y tomó el relevo mucho más tarde otro tipo de experiencias.
Desde 1930 y hasta esos años cincuenta fue el Consejo de Hispanidad, y a partir de 1945 el INH, el que había impulsado una serie de estas actividades en precarias condiciones de todo tipo a la vista de la situación política española y sus enormes carencias en todos los planos de la vida económica, social, artística e intelectual.
La I Bienal, que tuvo lugar en 1951, ofreció un balance más bien negativo, pues las orientaciones, más bien restricciones ideológicas, no permitieron una representatividad global y de calidad (unos doscientas ochenta participantes latinoamericanos aproximadamente). Entre sus principales integrantes podemos citar a Alfredo Guido y Carlos Ripamonte (Argentina), Cecilio Guzmán de Rojas (Bolivia), Pedro Nel Gómez (Colombia), Carlos Ossandon (Chile), Rafael Monasterio (Venezuela) o Miguel Pou Becerra (Puerto Rico).
Y si la primera padeció tal desolación, la II Bienal, al desarrollarse en la Cuba de Batista, todavía transcurrió con más pena que gloria, teniendo mayor repercusión la asistencia española, pero con una acentuada impronta cubana, sobresaliendo las retrospectivas dedicadas a Armando Menocal, Fidelio Ponce de León y Leopoldo Romañach.
En lo que respecta a la III Bienal en Barcelona en 1955, de mayor concurrencia y con una cierta apertura a nuevas tendencias, las cosas cambian cualitativamente, pues se produce la aparición de artistas de mayor altura, como, entre otros, Teresa de la Campa (Cuba), Lincoln Presno (Uruguay), Eduardo Ramírez Villamizar y Alejandro Obregón (Colombia), Enrique Tábara y Oswaldo Guayasamín (Ecuador), y también además Pedro Blanes Viale, Juan Manuel Blanes, Rafael Barradas, Pedro Figari y Torres García (Uruguay) y José Clemente Orozco (México), que le dan una innegable consistencia, otorgándose, incluso, el gran premio de pintura a Oswaldo Guayasamín, por más que el español Tàpies resultara la verdadera revelación. Sin embargo, las oposiciones y las resistencias hacia la misma, como en los casos anteriores, siguieron siendo muy amplias. Tanto Chile como Nicaragua, Haití y Jamaica no concurrieron y el brasileño Emiliano de Cavalcanti hizo un llamamiento para el montaje de una organización paralela.
La IV Bienal, que estaba prevista primero en Caracas, y después en Quito, ya no prosperó, con lo que se dio punto final y definitivo al certamen. Como resumen, habríamos de calificarlas de inmovilistas y escasamente vanguardistas. Destacaban las escenas costumbristas, los paisajes, las naturalezas muertas y los retratos, creaciones, en definitiva, que por su falta de sincronía, no estaban acordes a lo que unas sociedades más modernas demandaban y exigían, y que como manifestaciones artísticas las juzgaban como fenómenos a destiempo, sin interés y en algunos casos con claras aspiraciones involutivas. Y por eso su desaparición se carga a la cuenta de motivos de orden político, económico y organizativo.
En 1963, al Instituto de Cultura se le ocurre por fin la promoción de las exposiciones de Arte de América y España, celebradas en Madrid y Barcelona, que, contando con una no aceptación menor y más simbólica, sirvieron para ofrecer una visión más contemporánea, con la comparecencia de entre 154 artistas de 26 naciones. Entre los nombres consagrados en sus respectivos países, incluyendo una sensible representación estadounidense, figuraban los colombianos Fernando Botero, Alejandro Obregón, David Manzur y Omar Rayo, los argentinos Ernesto Deirá, Héctor Borla, Nicolás García Uriburu, Fernández-Muro, Sarah Grilo, García Ponce, Jorge de la Vega, Carola Albano, Rómulo Macció, Antonio Seguí y Clorindo Testa, los uruguayos José Gamarra, Jorge Damiani y Carlos Páez Vilaró, los mexicanos Enrique Echeverría y Lilia Carrillo, la puertorriqueña Myrna Báez, los paraguayos Carlos Colombino Y Olga Blinder, los chilenos Nemesio Antúnez y Gaston Orellana, y el ecuatoriano Oswaldo Viteri.
Constituyó, por consiguiente, un amplio abanico de todo el arte latinoamericano desde el momento de la independencia, pasando por el romanticismo, la modernidad y arribando a lo más coetáneo como el Arte Madí o lo que empezaba a producirse en la década de los ochenta a lo largo de todo el continente.
AÑOS 80 Y 90
Hasta 1989, en que se exhibió en Madrid la muestra Art in Latin America, bajo la denominación Arte en Iberoamérica 1820-1980, únicamente hubo actividades esporádicas consistentes en exposiciones individuales en galerías o centros de Madrid y Barcelona.
Fue en 1992, cuando con motivo de la celebración del Quinto Centenario y la Expo de Sevilla, se lleva a efecto la exposición titulada Artistas Latinoamericanos del siglo XX, organizada por Waldo Rasmussen. En ella se puede apreciar una amplia gama de tendencias y artistas latinoamericanos, desde los primeros modernistas hasta el arte minimal y conceptual, sin omitir corrientes representativas del expresionismo, del realismo social y muralismo mexicano, de las abstracciones geométrica y lírica, el surrealismo, el arte cinético, la nueva figuración y el pop.
No obstante, ya anteriormente, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO) de Madrid, operativa desde 1982, abría un espacio de capital importancia y protagonismo para la entrada de Latinoamérica en España y como plataforma de promoción y apoyo de artistas emergentes.
En la edición de 1984 estuvieron presentes galerías de México, Colombia, Venezuela y Brasil, lo que constituiría un precedente y una constante en aumento en las sucesivas ediciones. Después, con motivo de la de 1988, se dedicó un apartado a los Encuentros Europa/América en el arte contemporáneo.
Pero fue en la de 1997 cuando catorce países latinoamericanos inauguraron un ambicioso proyecto, Latinoamérica en ARCO, destinado a la consolidación de la Feria como el fundamental trampolín de lanzamiento del arte latinoamericano en los mercados europeos, lo que supuso la concurrencia de treinta y cuatro galerías procedentes de Brasil, Colombia, México, Argentina, Venezuela, Perú, República Dominicana, Uruguay, Puerto Rico, Bolivia y Guatemala. Su participación desbordó todas las expectativas, marcó un éxito de asistencia y selló la recuperación del mercado y la consolidación de ARCO tras años de recesión económica. Junto a la exhibición, la muestra se completó con la presencia de diez instituciones iberoamericanas, entre las que se encontraban el Fondo Nacional de Buenos Aires y el Museo de Arte Contemporáneo de Chile. Y también hubo una representación en el programa emergente, Cutting Edge, que, tras la exitosa acogida de la edición anterior, ARCO celebró por segunda vez.
Por otro lado, siguiendo la estela dejada por la Expo del 92, la constitución en Extremadura del Centro de Estudios y Cooperación con Iberoamérica (CEXECI) supuso la celebración de numerosas exposiciones de artistas latinoamericanos como Oswaldo Guayasamín, Rodolfo Stanley, Fernando Maza, Francisco Rocca, Gloria Uribe o Hermenegildo Sábat, así como muestras colectivas referidas a la fotografía cubana, los grabados centroamericanos, el arte del Caribe Insular o la gráfica colombiana del siglo XX. Lo que se vio completado por una meta coleccionista de arte latinoamericano desarrollada por el propio Centro.
Asimismo, esta es la preocupación primordial de la actividad desarrollada por el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), con el I Foro, organizado en 1998, y centrado en El arte y la cultura de América Latina en la globalización y La situación periférica y subalterna del arte y la cultura latinoamericana, entre otros temas. El II Foro, celebrado en 1999, tuvo como objeto el tratamiento de diversas cuestiones agrupadas todas ellas en una problemática titulada Territorios ausentes.
Extraordinaria importancia tiene también la creación del Instituto de América en la provincia de Granada (Santa Fe), Andalucía, en 1992, y cuya primera actividad expositiva en ese mismo año fue dedicada al Siglo XX. Arte en Latinoamérica, con obras de Barradas, Borges, Cruz-Díez, Soto, Gamarra, Kahlo, Rivera, Siqueiros y Torres-García entre otros. Por su parte, el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) dependiente del Cabildo Insular de Gran Canaria, coincidiendo con la conmemoración del Quinto Centenario y en colaboración con la Casa de América, consorcio fundado en 1990 por el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, organiza la exposición en 1992 de Voces de Ultramar. Arte en América Latina: 1910-1960.
Asimismo, es de destacar la labor desarrollada en este terreno por la Fundación de la catalana La Caixa, promoviendo en 1997 una muestra como la de Tarsila, Frida, Amelia, dedicada a tres artistas latinoamericanas, así como la de 1999 titulada Claves del Arte Latinoamericano. Colección Constantini, que permitió presentar en Madrid una selección de la colección de Eduardo Constantini focalizada en los años veinte y treinta, antes de su ubicación definitiva en el MALBA de Buenos Aires.
II
A partir del comienzo del siglo XXI, el interés por el arte latinoamericano se intensifica y sus manifestaciones tienen mayor audiencia, aunque obviamente hay que relacionar este fenómeno y los que lo acompañan dentro de la ola de globalización vigente que hace desplegar a todos los agentes e interlocutores (museos, centros, galerías, instituciones, etc.) una frenética actividad con respecto a todas las áreas geográficas y culturales, con un mercado que, asimismo, a pesar de sus cíclicos achaques, se mantiene en alza.
PRIMEROS AÑOS DOS MIL
Por un lado, el MEIAC extremeño, en el III Foro, celebrado en el año 2000, trató el tema Arte y globalización en América Latina, realizando además importantes exposiciones colectivas (Caribe: exclusión, fragmentación, El final del eclipse y Arte Madí) como individuales (las dedicadas a los cubanos Armando Mariño y José Bedía y al argentino Horacio Sapere).
El CAAM, por su parte, organiza en el 2001 la exposición El indigenismo en diálogo. Canarias-América 1920-1950, y la Fundación Telefónica, en ese mismo año, la consagrada a El final del eclipse. El arte de América Latina en la transición al siglo XXI, que permitió la contemplación de una panorámica del arte más contemporáneo en fotografía, videoarte y arte en la red.
Pero es en el año 2001 cuando el Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid acogió uno de los más excepcionales proyectos, después de ímprobos esfuerzos, para conseguir que el público español pudiese ver y comprender el arte de América Latina en el siglo XX. El conjunto de cinco muestras ofrecía un contexto histórico, una discusión sobre la tradición artística de la modernidad y una conexión con las otras muestras que se ocupaban de la contemporaneidad.
Versiones del Sur: cinco propuestas en torno al arte en Latinoamérica agrupa la obra de pintores, escultores, fotógrafos, cineastas, instaladores y vídeoartistas, que con una diversidad de lenguajes y poéticas, refleja unas preocupaciones comunes. Desde Diego Rivera, Torres-García, Barradas, Xul Solar, Helio Oiticica, Ciro Meireles, hasta las últimas corrientes adscritas al neoexpresionismo y neoconceptualismo, pasando por ópticos, cinéticos, tropicalistas y minimalistas.
Estas cinco grandes exposiciones, que cuentan desde ópticas distintas la realidad multiforme de las artes plásticas del siglo XX en el continente americano, están configuradas bajo las siguientes temáticas:
Eztétyca del sueño, confluencia de tres campos de fuerza: el político-racional, el mítico-religioso y el subjetivo-psicológico.
Heterotopías, centrada en dos décadas esenciales: 1920-1930 y 1950-1960, y que se refiere a «utopías invertidas, posibles, reciclables».
No es solo lo que ves. Pervirtiendo el minimalismo trata de aislar una tendencia autodeconstructiva de poéticas minimalistas en cuanto proceso significativo dentro del arte contemporáneo.
Más allá del documento pone de relieve los valores y usos múltiples de la fotografía.
F[R]icciones, que, conforme a sus comisarios Ivo Mesquita y Adriano Pedrosa, trata de la presencia, expresa o presentida, del pueblo en las manifestaciones artísticas latinoamericanas. El cruce entre lo culto y lo popular.
Es digna también de reseñar la actividad emprendida por el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) con las exposiciones Alladin toys: los juguetes de Torres-García, El ultraísmo y las artes plásticas, Brasil 1920-1950, de la antropofagia a Brasilia, y las individuales dedicadas a Ciro Meireles, Horacio Coppola, los hermanos Mayo y Grete Stern.
Volviendo de nuevo a ARCO, es merecedora de mención, en la edición de 2001, la propuesta referente a Puerto Rico y los trabajos de los artistas emergentes del Caribe. En la de 2005 fue México el país invitado, cuyas galerías, tanto históricas como las contemporáneas emergentes y ya establecidas, de distintos Estados del país fueron las protagonistas del mejor ARCO de la historia, tal como declararon los medios al término de la misma. La pieza que suscitó mayor expectación fue una de las obras más destacadas de Frida Kahlo, Las dos Fridas, que por primera vez pudo admirarse en España. Igualmente, el arte latinoamericano tuvo un especial papel con una buena selección de galerías en el espacio ARCO latino.
Por lo que se refiere a la edición de 2008, el país invitado fue Brasil con un total de treinta y dos galerías, que presentó una de las piezas más singulares, Infinito al cubo, obra de la creadora Rajane Cantoni en colaboración con Leonardo Crecenti. Y en la correspondiente a 2011 la presencia fija en la sección Solo Projects de galeristas latinoamericanos.
En paralelo a las grandes aclamaciones y revelaciones anuales de ARCO cada año, nace en el 2005 la Feria de Art-Mad, que en la edición de 2009 y en colaboración con la Casa de América, presenta la exposición REGRESO: arte latinoamericano y memoria, que pretende convertirse en la puerta de entrada en España de todo el arte que se está creando en este momento en Latinoamérica. Cuenta con los venezolanos Emilia Azcárate y Alexander Gerdel, los mexicanos Alfredo Castañeda, Dr. Lakra, Gonzalo Lebrija, Fernando Palomar, Teresa Margolles y Dulce Pinzón, los colombianos Luz Ángela Lizarazo, Adriana Salazar y Juan Carlos Delgado, el chileno Alfredo Jaar, y los brasileños Adriana Varejao y Vik Muniz. Paloma Martín Llopis, en su presentación, recalca la incidencia del contexto para entender ciertas agrupaciones conceptuales en la creatividad latinoamericana, utilizando el pretérito para reafirmar una identidad.
Y ya en la de 2010, teniendo como tema los Bicentenarios Latinoamericanos, aborda la exposición Residente: Artistas Latinoamericanos en España, en la que se exhiben obras de once de ellos que se han radicado en el país: los argentinos Gabriela Betini, Lucila Bristow y Santiago Tacchetti, los chilenos, Flavia Tótoro y Sara Molinarich, los colombianos Fernando Rubio Ahumado, Laura Rivero y Natalia Granada, y los mexicanos Ander Azpiri, Gustavo Salinas y Rivelino Díaz Bernal.
Pero no acaba ahí el interés por esta temática, por cuanto Sinergias. Arte Latinoamericano en España, en ese mismo año, que se exhibe, entre otros, en el MEIAC, el Palacio Mosquera de Ávila y el MACUF de La Coruña, acoge la obra de catorce artistas latinoamericanos –Alexander Apóstol, Marlon de Azambuja, Carlos Capelán, Daniel Charquero, Antonio Franco, Sandra Gamarra, Carlos Garaicoa, Natalia Granada, Laura Lio, Iván Merino, Armando Mariño, César Martínez, Andrea Nacach y Tomás Ochoa- venidos a España desde Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Perú, Venezuela y Uruguay, que, como señalan sus comisarios Carlos Jiménez y Carlos Delgado, son testigos y a la vez agentes de esa subversión de fronteras e identidades que les ha permitido instalarse en unas subjetividades nómadas, las cuales les facultan para transitar por los lenguajes, las estéticas y las técnicas que definen hoy el arte contemporáneo y circular por el mundo con una fluidez que ni siquiera imaginaron los artistas de otras épocas. La muestra traza tres posibles cartografías (Cuerpos, Espacios y Memorias) que en sus reelaboraciones significantes tratan una multiplicidad de cuestiones, desde la violencia, el género, la familia, lo social, lo político, lo cultural, lo geográfico o lo sexual.
En el 2012, Loop Barcelona presentó, con motivo de su décimo aniversario, y comisariada por la independiente brasileña Paula Alzugaray, la obra del mexicano Yoshua Okón y la de los brasileños Joao Castilho, Cinthia Marcelle y la pareja Gisela Mota+Leandro Lima.
También en 2010 se exhibieron sesenta y cuatro obras de treinta pintores y escultores procedentes de Latinoamérica, entre ellos Lam, Amaral y Fernando Botero, en las salas de exposiciones del Rectorado de la Universidad de Málaga. Año en el que también la sala de exposiciones del Banco Bilbao Vizcaya (BBVA) albergó la muestra Latitudes: maestros latinoamericanos, que compone un singular recorrido por las últimas décadas del siglo XX, figurando, entre otros muchos, Diego Rivera, Frida Kahlo, Roberto Matta, Botero y Siqueiros.
También la Fundación Juan March de Madrid llevó a cabo en 2011 una exposición sobre la América fría. La abstracción geométrica en Latinoamérica (1934-1973), con más de trescientas piezas de más de sesenta artistas procedentes de Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Uruguay, Venezuela y México.
Y finalmente, el Reina Sofía, en estas fechas, presenta Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina, una muestra que plantea una imagen de los años ochenta en Latinoamérica a través de políticas visuales impulsadas por movimientos sociales, las desobediencias sexuales y la escena underground.
Este resumido itinerario prueba que paulatinamente todo lo artístico latinoamericano va ganando espacios, presencias, mercados y citas en el panorama español. Ahora es una referencia indispensable e imprescindible. Pues hay muchísimos aspectos que son comunes, empezando por la lengua y siguiendo por los orígenes y los potenciales creativos identitarios, que hacen posible que el diálogo sea ya permanente y se compartan ideas, enfoques, planteamientos y proyectos.
EXPOSICIONES INDIVIDUALES
Hay que destacar la que actualmente y con carácter retrospectivo le está dedicando al colombiano Fernando Botero el Museo de Bellas Artes de Bilbao, y la que en el 2011 le consagró al chileno Roberto Matta, que en ese mismo año estuvo en el Museo Thyssen de Madrid.
En el Reina Sofía tuvieron exposición individual el cubano Kcho y el mexicano Francisco Toledo en el año 2000; los argentinos Xul Solar y Guillermo Kuitca en el 2003; en el 2005 la brasileña Regina Silveira; el mexicano Juan Soriano en el 2006; en el 2008 el brasileño José Damasceno, y el argentino León Ferrari y la brasileña Mira Schendel en el 2010.
La mexicana Gabriela Iturbide tuvo su exposición en la Fundación MAPFRE de Madrid en el 2009, mientras que la obra del venezolano Carlos Cruz-Díez estuvo presente en la Fundación Juan March de Madrid, en el Museu d´Art Espanyol de Palma de Mallorca y el Museo de Arte Abstracto de Cuenca en ese mismo año, que tuvo también como referente la relativa a la brasileña Tarsila do Amaral en dicha Fundación.
Además de estas, y las que de pasada hemos citado en el anterior apartado, ha habido muchas más en galerías e instituciones de todo el ámbito nacional dedicadas a autores latinoamericanos a partir de los años setenta hasta ahora, pues el interés que despierta el quehacer artístico al otro lado del Atlántico es cada vez mayor, con independencia de que muchos de ellos, en esa famosa diáspora, de la que después haremos una reseña, se han radicado en la península y desde ella han configurado su proyección.
PREMIOS
Desde el año 2002 el Premio Velázquez de Artes Plásticas es un galardón que el Ministerio de Cultura español otorga anualmente a un artista iberoamericano en reconocimiento a sus méritos. Así ha sido en los casos del mexicano Juan Soriano en 2005, del brasileño Cildo Meireles en 2008, de la colombiana Doris Salcedo en 2010 y del brasileño Artur Barrio en 2011.
En lo que respecta a los Premios Príncipes de Asturias, de especial resonancia internacional, el chileno Roberto Matta (por sus exploraciones entre el lenguaje verbal y el pictórico) lo obtuvo en 1992 y el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado (por sus retratos de la condición humana) en 1996.
DIÁSPORA
La venezolana Elizabeth Marín Hernández, en su tesis Multiculturalismo y Crítica Poscolonial: La Diáspora Artística Latinoamericana (1990-2000), sostiene que la presencia del arte latinoamericano en el mundo contemporáneo es concebida y movilizada a través de la existencia de una diáspora, que ha perdido toda clase de arraigo dentro de lugares territoriales definitorios. Los lenguajes que muestran tales artistas tienden a consolidar un gusto por la simultaneidad, por lo marginal, por lo oculto y por las relativizaciones de una realidad que se presenta constantemente por el sentido de su ser. Con lo que hace que el desplazamiento continuo de la diáspora artística latinoamericana historice y re-inscriba la particularidad de sus narraciones.
Por tanto, las expresiones del arte contemporáneo latinoamericano se encuentran en desplazamiento constante, ya no atadas a un territorio específico, sino que estas se movilizan por medio de redes transculturales.
Aunque los primeros desplazamientos se remontan al siglo XIX, es en el siglo XX cuando se produce su eclosión a partir del conocimiento de la modernidad y las vanguardias (con lo que se establece una redefinición entre tradición y modernidad), culminando en una diáspora que no encuentra una sedimentación geográfica específica de regreso y que constituye un arte ambiguo de préstamos múltiples, que adecúa los lenguajes artísticos a lugares de acción heterogéneos.
En conclusión, que los desplazamientos de los artistas latinoamericanos que se iniciaron en el siglo XIX, y sus movimientos migratorios hacia la centralidad funcionan como entidades de búsqueda de las expresiones visuales del continente, cuya tarea se define en el rescate y revalorización de los elementos culturales endógenos que participan, junto a los lenguajes importados de Europa, en la concreción de un nuevo arte en América Latina (Ibis Hernández y Margarita Sánchez Prieto).
En otro orden de cosas más concretas y en lo concerniente a España, los motivos para su radicación en ella oscilan entre el deseo de encontrar un lugar de mayor proyección laboral, artística y profesional, la posibilidad de ofertar su obra en los numerosos centros expositivos, el interés por la formación académica, hasta las posibilidades de estar familiarizado con las tendencias artísticas más actuales, sin desdeñar tampoco los idiomáticos, políticos o económicos.
Ya hemos hecho mención de nombres de creadores latinoamericanos residentes en España, a los que se pueden añadir, entre otros muchos, a Felipe Alarcón, Gustavo Díaz Sosa, Francisco Govín, Ángel Alonso, Miguel Ángel Salvó, Andrés Puig, Alejandro Ulloa y Juan Pablo Ballester (Cuba), Yamandú Canosa (Uruguay), Luciano Suárez (Argentina), Raimon Chaves (Colombia), Vera Chaves (Brasil), Matías Krahn y Víctor Pimstein (Chile), y Alexander Apóstol, Darío Álvarez Basso y Emilia Azcárate (Venezuela).
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