Sobre la exposición FIGURAS SALVAJES de Ángel Alonso (Centre Civic Cotcheres Borrell, febrero, 2021).
Por: Marta María de la Fuente Marín
Hace apenas un año, en la exposición colectiva Herederos de Hatuey (Centre Civic La Barceloneta), Ángel Alonso presentaba algunas piezas que no solo redondeaban el sentido de la muestra, sino que, a nivel artístico-personal, mostraban nuevas definiciones estilísticas. Las siluetas fueron sustituidas por personajes, aun desconocidos, pero más definidos, no solo en facciones, sino también en intenciones. Deudas históricas y lastres de pensamiento prejuicioso que, mientras se clavaban en la piel del toro o en la armadura del perro, el soldado las llevaba de casco.
Eran gestos simbólicos, portadores del germen de la rebeldía, pero que ahora, en Figuras Salvajes, la más reciente exposición de Alonso, han brotado en verdaderas posturas de denuncia apasionada. Aun vemos al toro herido y al perro de instrumento, pero ya no los envuelve un ambiente de (in)disciplina artística, sino que se insertan en un escenario de activa manifestación en contra del manejo del poder.
Secretismo, maltrato, zoomorfismo y mitología son los rostros con los que el artista asocia el ejercicio de la autoridad. Su revelación, en términos formales, la afilia con figuras protagonistas en mitad de un fondo nebuloso, cuya mezcla ceniza se traslada a la piel de los personajes. La mayoría de las veces es la remarcada línea negra la que establece los límites, pero en otros casos hay una escenografía más abundante en trajes, mesas y papeles. Lo cierto es que ambas configuraciones no escatiman en la paleta roja, casi escarlata, que vehiculiza la violencia subyacente en las representaciones. Algunas piezas mezclan este matiz con el azul, otras simplemente lo sustituyen, pero como reflejo de la «sangre fría» de muchos de estos actos, sobre todo los relacionados al arrastre de tradiciones coligadas al maltrato animal.
En este sentido simbólico, el águila es usada por su condición de ave de rapiña, si bien en El castigo (Versión del Prometheus de Elsie Rusell) se emplea desde la literalidad, en El comunicado es donde su significado se ve enriquecido con la metamorfosis humana. Desde un puesto presidencial y el discurso formal que sugiere el nombre de la obra, se travisten su naturaleza depredadora y sus verdaderas intenciones carroñeras – ¿las humanas o las animales?-.
Ciertamente los límites entre ambos seres, el artista los desdibuja, sí, desde el extremo fantasioso de un hombre lobo alado, como en Bestiario Colonial (1), pero basado en una realidad que lamentablemente nunca ha sido ficción.
En esa cuestión de atemporalidad es que el autor también produce piezas como Retroceso, Desobediente y Anacrónico. Desde el título ya hay una valoración, que a veces responde al propio juicio del artista, o al criterio histórico general. Lo cierto es que en las obras hay una simbiosis cronotópica sugerida desde guiños, como el arma o el casco, pero que reflejan la permanencia de pensamientos caducos. En la pieza Vigencia se utilizan los mismos códigos donde dos hombres de traje, probablemente funcionarios, ostentan los yelmos que empleaban las tropas históricas enviadas a la conquista de nuevos territorios, y el nombre de la pieza deja bastante claro los motivos que las otras obras pretendían.
Realmente no es azaroso que dialoguen en el mismo espacio expositivo un cuadro como Desobediente, que retrata una figura indígena, y una pieza como Anacrónico, que representa dos personajes ataviados prácticamente con todo el arsenal combativo de esa época (uno de ellos con un incongruente tricornio del clásico uniforme de la Guardia Civil). Retomar esta relación histórica, en mitad de una muestra que juega con el margen de lo salvaje, de lo animal, del eclipse de la condición humana por el florecimiento de ese instinto feroz en cargos de poder, implica una sugerencia condenatoria a la expropiación de los territorios pertenecientes a los llamados habitantes originarios.
Sin embargo, la muestra hace más que sugerencias. Al desmaquillar la realidad ya toma partido en la inducción de un cambio, pero también actúa en obras como La respuesta, donde no hay escondrijo semántico para la acción, se pinta tal y como es: un golpe. La pasión, la ira, la violencia hasta ese momento contenidas, explota en rojo y en puño «al dente». No se visualiza un knockout, sino una sacudida consistente que, más que lo radical, pretende una flexibilidad.
Sin lugar a dudas, la reciente exposición de Ángel Alonso trasmite una postura firme, pero no rígida en tanto no hay sugerencia de anarquía, sino repensada protesta por un cambio tolerante. Las luces arrojadas sobre los hechos que motivan sus cuadros representan –y buscan- abrir los ojos sobre un presente con tara, donde los más oscuros instintos del hombre afloran y se pasean impunes entre nosotros.
AL DENTE