SIN RESTRICCIONES

A propósito de Wooden Heads

Por: Ángel Alonso

Fotos: Miguel García Hermida

En la improvisación de los repentistas cubanos el «pie forzado» funciona como motivación, establece el hilo conductor de las décimas que éstos cantan y condiciona el tema sobre el cual se montará la escena, el debate poético del que disfrutará el público. Es asombrosa esa natural capacidad de componer en vivo y en directo, típica de estos maestros de la espontaneidad. Intervenir seis cabezas de maniquíes es el pie «no tan forzado» que sirve como cohesión a esta exposición; digo «no tan forzado» porque Silvia Dorfsman, quizás la especialista en arte cubano más cercana a los artistas con quienes trabaja y comisaria de esta muestra, aclara la importancia de que tales intervenciones se hagan «sin restricciones». 

La libertaria especificación establece una enorme diferencia con aquellos eventos en que, bajo ciertas «estrategias curatoriales», el artista expositor pierde su autonomía y se subordina a lo que en otro sitio he definido como «el oscuro poder del curador»; en cambio, los participantes de esta inusual experiencia se sienten plenamente libres para desarrollar su obra en un clima de total fraternidad, acompañados por una verdadera apasionada del arte cubano.

Silvia invita a esta exposición a creadores que ya conocemos por sus solidificadas carreras, pero que siempre encontramos renovados en su colección, que es viva y cambiante. Su interés no es acaparar las obras sino, como demanda su función de art dealer, hacerlas crecer, viajar y encontrar otros destinos. Esta doble condición de coleccionista y dealer se nutre de la simpatía, amistad y estrecha colaboración con los creadores. Su pensamiento, como reza la frase de Santo Tomás de Aquino que tiene como cabecera(1) , apunta a establecer con el artista una hermosa relación humana que va mucho más allá de cualquier otro interés. Ha sido siempre una persona arriesgada, que apuesta por el arte más vivo y ahora, en esta nueva muestra, nos presenta un ejemplo de lo más reciente, lo menos establecido, lo más osado y experimental de sus participantes.

Para intervenir cabezas de maniquíes hay que tener en cuenta que las mismas obedecen a un canon, a un patrón de belleza occidental; aún cuando no tengan detalles faciales definidos éstas contienen proporciones bastante cercanas a un esquemático modelo caucásico (refinada delgadez, cuello largo y elegante…). Los artistas tuvieron que superar el condicionamiento al que apuntaban los rostros que le sugerían estas formas básicas, uniformadas y sintéticas. Con la premisa de una libertad «sin pautas» (como manifiesta Silvia) ellos transformaron estos objetos añadiéndoles sus individuales discursos. 

La carga en la cabeza de la Mujer de Burkina que nos trae José Bedia (La Habana, 1959) es mucho más que la de acarrear madera, es un peso que va más allá de lo puramente representado. Esta obra se basa en una tortuosa tradición que trasciende la representativa mujer en la que Bedia convierte el maniquí. Sabemos que soportar estas cargas no es exclusivo de África, esta modalidad de transporte constituye una tradición en muchas partes del mundo. A través del tiempo la mujer ha llevado sobre su cabeza pescado, frutas, agua, madera, muebles, niños, animales, …y sobre todo muchas preocupaciones; se entroniza aquí su rol en la supervivencia de la especie, la violenta carga a la que está sometida y el poder espiritual, mágico, que conserva en aquellas culturas que no se han desprendido del mundo natural.

Esta obra -como suele ocurrir en toda la producción artística de su autor-, posee la capacidad de hacernos sentir conectados con una zona de la humanidad bastante ignorada. No es sólo lo que ves(2) sino lo que puedes imaginar; llega a tener hasta una dimensión sexual el balanceo que, como un péndulo, realizaría el ausente cuerpo para mantener el equilibrio y no derribar al suelo la mercancía. Al ver esta imagen no pensamos únicamente en el hecho de acarrear madera (o agua) durante largas caminatas como necesidad de sobrevivir ni como muestra de afecto familiar, nos remite a esa capacidad que hemos perdido al apartarnos de la naturaleza en aras de un contradictorio y enfermizo concepto de «progreso».

La intervención de Noel Morera (Matanzas, 1962), otro de los participantes en esta aventura, llama la atención por lo complejo del proceso además de lo impactante del resultado, se trata de una obra en la que la proyección de las flechas en el suelo es parte integral de su estructura. 

Para Noel todo artefacto puede ser un proyectil, desde un juguete hasta un antiguo símbolo de fertilidad. Por eso recoge objetos fortuitos lanzados por alguien en la calle (la Venus de Willendorf y un unicornio de plástico) que atraviesa la cabeza, y por ende la memoria. Es una idea hermosa y profunda; universal, pues nos atañe a todos, el artista intenta resumirla cuando nos dice: «En la sombra las flechas son paralelas, es decir, la sombra es un reflejo transformador…Da otra oportunidad», es como si argumentase que la disposición de las sombras organizan el caos. Y ese anárquico devenir, ese libre albedrío que no sabemos controlar y que organiza la recortada sombra lo define el título: Tiros al aire. «En la sombra -dice Noel- sigues leyendo el libro cuando lo cierras»

Para Liliam Cuenca (La Habana, 1944) esta intervención tiene que haber sido todo un reto, pues le obliga a pasar de lo abstracto a lo figurativo, lo curioso es que ha logrado mantener el mismo tipo de delicadeza que nos seduce de sus cuadros. En este experimental trabajo, ha conservado su personalidad aplicando a esta cabeza las atmósferas de color que la individualizan, que la diferencian del inmenso -infinito- mar de la abstracción. Y con la sugerencia de su título, Tierra, las manchas dejan de ser totalmente abstractas, apoyadas por elementos de vegetación incorporados a la cabeza del personaje que crea.

Nunca me canso de decir que la abstracción es el único lenguaje en el que el pintor es verdaderamente libre, lo que aquí ha hecho la artista es también un ejercicio de libertad, Tierra concilia la expresión lograda en el rostro con la profunda y elegante melancolía a la que apuntan sus cuadros. 

Estas cabezas no son las de maniquíes comunes, son especialmente receptivas a cualquier vinculación estética. Y Liliam lo que parece haber hecho -no creo que conscientemente- es pintar un personaje que contiene el espíritu de su obra; pareciese, por su mirada, que se trata de un espectador de sus cuadros, en ese estado de contemplación al que accedemos cuando nos adentramos en su muy específica forma de pintar.

Ernesto Capdevila (Habana, 1970), por su trabajo como escultor y por el tipo de figuración que realiza -también en sus pinturas- puede que sea de los participantes el que más cómodo se ha sentido al realizar la intervención. Es como si al ofrecerle la cabeza del maniquí, Silvia le hubiese adelantado una parte de una obra que ya iba a realizar de todos modos, así de natural le ha venido esta opción que armoniza perfectamente con las esculturas a las que nos tiene habituados.

Distancia II constituye una muy inteligente idea que ya había realizado como escultura. Y cuando una idea es verdaderamente significativa en la carrera de un artista lo mejor que puede hacer es diferentes versiones de la misma, porque así explota al máximo sus posibilidades. Su primera versión, de hace algunos años, se apoyaba en dos pies, era como si una misma persona se hubiese dividido en dos, pero no por un mecanismo de bipartición -como el de una célula que termina en dos cuerpos individuales-, en este caso la ruptura no era completa y una parte miraba a la otra sin dejar de estar atada a ella. En esta nueva versión, por tratarse de una cabeza, las interpretaciones pueden enriquecerse llevándolas al campo de las contradicciones entre pensamientos opuestos.

El refinado humor de Ahmed Gómez (Holguín, 1972) le ayuda a salir airoso del reto, pues le permite intervenir el maniquí sin demasiados cambios estructurales en cuanto a forma, aquí es fundamentalmente el revestimiento de color el que emite el discurso, cerrado por un título que incorpora un referente del arte universal: ¡Un Malevich!. La limpieza de los colores planos y la sencillez conque enfrenta este trabajo nos remiten a esos tiempos en que aislar los más esenciales elementos de la pintura constituía un gran descubrimiento: Malevich, Mondrian, luego Vasarely…

Elegante pieza que da a la muestra un toque de hilaridad necesaria, y un contrapeso visual al conjunto de cabezas aquí intervenidas, obra que por su frescura y su conexión con una de las etapas más fecundas de las vanguardias parece decirnos, al menos en este contexto, que para hacer arte no hay que enredarse en tantas elucubraciones. Como en el arte concreto, Ahmed se zafa, hastiado quizás, de toda esa presión que nos inculcaban en la escuela sobre la supuesta necesidad de «comunicar ideas», de «decir»… Recordar a Malevich es darnos cuenta de que lo verdaderamente trascendente está en la autenticidad y en la ausencia de pretensiones, alejado de cualquier alegato racional, manifiesta ese otro y verdadero discurso, uno sin palabras, inconmensurable. 

Carlos Rodríguez Cárdenas (Sancti Spíritus, 1962) fue quien sugirió a Silvia el título de la muestra, al relacionar los maniquíes con Giorgio de Chirico. Su cabeza intervenida se integra a su última producción. Como reza un texto aún inédito sobre su más reciente quehacer «pintando la rosa náutica que lo guía (…) arriba a la etapa más profunda de su obra. (…) Su actual trabajo, aunque morfológicamente diferente, es en esencia el mismo pero desarrollado al punto de trascender lo que antes expresaba de una manera más obvia; no ha habido rupturas sino que el devenir de su incesante labor ha enriquecido su propuesta. Si antes la imagen, incluso cuando se tratase de una metáfora como aquellas paredes de ladrillo interminables, resultaba relativamente fácil de decodificar, ahora las posibles lecturas se expanden infinitamente y la perfección técnica juega un papel más importante.» 

Star overhead permite asomar una sonrisa en el espectador por su particular gracia, por esa hélice que nos recuerda aquellos códigos burlescos del surrealismo; nos hace pensar en aquel tiempo en el que los artistas estaban deslumbrados por los avances técnicos mecánicos, por el surgimiento del automóvil, los zeppelines, los primeros aviones…

El maniquí es un objeto que ha tenido en el arte una presencia notoria, no sólo en la obra de Chirico sino en la de muchos otros surrealistas. Recordemos los fotografiados por Man Ray, maquillados como si fuesen retratos de personas, o los que sirvieron de base a las curiosas joyas diseñadas por Salvador Dalí; Dennis Bellon, de sus fotografías en la Exposición Surrealista Internacional (París, 1938) nos ha dejado su registro de la obra de André Masson, consistente en la cabeza de un maniquí dentro de una jaula.

Silvia Dorfsman y los 6 creadores presentes en Wooden Heads, aprovechan de una manera muy distinta a los surrealistas las posibilidades expresivas del maniquí, ese objeto sugerente que surgió en el antiguo Egipto cuando los sastres, a quienes estaba prohibido tocar el cuerpo del faraón, lo inventaron como imitación del cuerpo humano. 

1._ «La arrogancia es hinchazón y no grandeza, y lo que está hinchado parece grande pero está enfermo». Santo Tomás de Aquino.
2._ Guiño al título de una de las más importantes exposiciones colectivas realizada por artistas cubanos en la década de los 80: No es sólo lo que ves, Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana, 1988.

portada arte 2021