Por: Andrea Cobo Pérez

Olivier de Sagazan: el arte de incomodar

Para muchos, el arte debe desbordar belleza, armonía y serenidad. Pero para muchos otros, el valor del arte reside en la habilidad que tiene el artista para representar la sublimación de las emociones. Esto acaba resultando en todo un big bang que la mayoría de veces no resulta ser una explosión de colores amables o de movimientos dulces y delicados, sino todo lo contrario. Hay muchos artistas que han explorado este lado más oscuro de nuestra psique, indagando en la proyección de las emociones más recónditas y viscerales. Olivier de Sagazan es uno de estos artistas.

Nacido en Brazzaville, Congo, es un pintor, escultor y performista francés, aunque estudió biología en la universidad. Este artista condensa en su obra un sinfín de temas y otra infinitud de interpretaciones, convirtiéndola así en una obra cuyas piezas nunca dejan indiferente al espectador. La performance que engloba mejor todo esto es, sin duda, Transfiguration. Esta performance fue mostrada por primera vez en 1998, en la Galería Marie Vitoux de París. Desde entonces el artista la ha representado más de 300 veces en 25 países diferentes.

¿Sobre qué trata esta performance? En Transfiguration el artista se convierte en un lienzo viviente e invita al espectador a un espectáculo de terror. Olivier de Sagazan empieza a añadir capas y capas de arcilla, con la ayuda de un poco de agua, sobre su rostro. Se cubre completamente de arcilla la cabeza hasta que su identidad desaparece, y lo que acaba personándose delante del espectador es un ente monstruoso. El escultor se convierte en escultura, enterrándose a sí mismo bajo capas de arcilla, sufriendo una metamorfosis esperpéntica. Esta figura híbrida, entre humano y animal, parece sacada de una pesadilla.

El artista entra en una especie de trance, como aquel que puede inducir un chamán en un ritual, que a su vez, provoca ceguera, que el artista también padece, ya que las capas de arcilla anulan completamente su visión. Esta ceguera desencadena una conversación del artista consigo mismo. Cuando perdemos momentáneamente uno de nuestros sentidos, normalmente, uno se siente gobernado por la ansiedad y paralizado, al no saber muy bien qué hacer al respecto. Olivier de Sagazan ha comentado en algunas ocasiones que esta ansiedad que siente al perder la vista durante estos momentos de la performance le ayuda a comprender que lo que ansía son las ganas de vivir y de recuperar su identidad. Por ello, emprende una lucha contra él mismo para volver a ser quien era antes de empezar su transformación, aunque irremediablemente, vaya a ser una persona totalmente diferente.

El artista hace movimientos bruscos, se deja llevar por la ira y por unos sentimientos muy profundos y caóticos. Baila como si en un ritual tribal se encontrara, se hace cortes en esta máscara de arcilla que le cubre el rostro y se golpea con diferentes objetos, todo esto mientras verbaliza la conversación que está teniendo consigo mismo. A través de esta performance, Olivier de Sagazan logra trasladar al espectador hasta la psique de un artista torturado.

El espectador se siente incómodo en todo momento: desde el principio, cuando el artista se está aplicando las múltiples capas de arcilla, hasta el final, cuando es capaz de deshacerse del ente que se ha apoderado de él, y del que por fin logra liberarse para poder volver a su identidad original. Esta incomodidad no solo viene provocada por la imagen tan grotesca que se tiene delante, o por la visceralidad en sus movimientos y verbalizaciones, sino porque además, el espectador logra empatizar con las emociones del artista. Olivier de Sagazan no hace otra cosa que explorar dentro de su alma y tener una conversación con aquellas partes de él más oscuras y que le hacen sufrir más. Esta performance es un ejercicio de autoconocimiento y de liberación para el artista.

Tal y como expresa el propio artista, con Transfiguration rompe la barrera entre lo físico y lo espiritual:

« […] en el África negra, los objetos artísticos, como máscaras y fetiches -así como ciertas danzas- son actos de supervivencia para conectar con los espíritus para pedirles favores. No creo en espíritus o en otros mundos, pero en cambio para mí una performance es un gesto vital en tanto que representa una manera de cuestionar mi identidad en el mundo. […] Para mí, el desfiguramiento en el arte no es un acto hostil hacia la vida: en cambio, la borradura es una medida de la pérdida y la transformación, una medida de fuerza».

Y añade, sobre qué es lo que quiere representar con esta obra:

«Esta performance representa la hibridación entre un sujeto que casi no se mantiene de pie y es una escoria y otro sujeto que representa los recuerdos, las palabras, los sentimientos…Recuerdos que vendrán a aglutinarse a él para permitirle ser sujeto de nuevo, el cual tendrá una nueva visión de las cosas.»

La importancia de esta performance reside tanto en su modus operandi, como en lo que quiere contar y expresar. Ambas cosas son reflejo de la visceralidad de las emociones que el artista proyecta a través de una metamorfosis tanto corpórea como emocional. Sin duda, Olivier de Sagazan, tanto en Transfiguration como en otras de sus obras, es un artista capaz de revolver las emociones e incomodar a los espectadores. El arte que incomoda es necesario e importante en tanto que estimula una introspección con la parte más recóndita de nosotros mismos. Con frecuencia, se obvian las emociones negativas, por ello, se podría reflexionar sobre cómo el arte más agradable a la vista es mucho más fácil que guste al público, ya que provoca emociones menos perjucidiales. El trabajo de Olivier de Sagazan y todos aquellos artistas que exploran aquello más oscuro del alma es imprescindible para aprender más sobre nosotros mismos. 

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