MICHAEL HANEKE ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD

Por: José Pérez Olivares

Ilustración: Pierre Rivero

La obra de todo gran artista es siempre atípica porque a través de ella se percibe la voluntad de construir un universo propio, único e intransferible. En el cine europeo contemporáneo (y por citar unos pocos) hay buenos ejemplos: desde el español Buñuel a los italianos Visconti, Antonioni y Fellini, y desde el sueco Bergman, pasando por el polaco Wadja hasta el ruso Tarkovski, sin olvidar a los franceses Rhomer, Truffaut, Godard, y Malle. Pero la lista es mucho más amplia y se renueva con la presencia de cineastas posteriores, a veces difíciles de ubicar por no estar afiliados a corriente alguna. Es el caso del austriaco de origen alemán Michael Haneke (1942), diez años más joven que Tarkovski, Malle y Truffaut (fallecidos en los 90), y doce más joven que el eternamente joven y revolucionario Jean-Luc Godard. Y de la misma edad que el alemán Werner Herzog y el estadounidense Martin Scorsese.
De modo que si fuéramos a mencionar hoy a un icono del cine europeo, vivo aún, no podríamos ignorar a Michael Haneke, cuya trayectoria en el cine comenzara en 1989 con una película que estuvo preseleccionada para competir por el Oscar a la mejor cinta de habla no inglesa: El séptimo continente. Llama la atención que, tres décadas más tarde, su filmografía -que ni siquiera rebasa la quincena de obras- haya cosechado tantos galardones en festivales internacionales (1).

Si algo distingue la obra de Haneke es lo alejada que está de las convenciones propias de la industria cinematográfica y sus «estrategias efectistas» (el término es suyo). Estamos, pues, ante un cine que se caracteriza por mostrar otro ritmo, con escenas muchas veces largas, monótonas incluso, interrumpidas por cortes súbitos y finales desconcertantes. En el catálogo de sus complejas historias abundan personajes que llevan una doble vida, muestran conductas inexplicables o esconden un pasado turbio. Haneke desvela siempre lo que hay detrás de las apariencias para mostrarnos un mundo de violencia latente, no como un «bien de consumo» (el término también es suyo), sino para concienciar al espectador por hacerse cómplice de la que le sirve en grandes dosis el cine comercial.

BREVE COMENTARIO SOBRE SU PRODUCCIÓN

Dentro de su obra hallamos filmes terribles como Funny Games (Juegos divertidos, 1997), sórdidos como La pianista (2001), perturbadores como Caché (2005), o reveladores de los atavismos socioculturales que imperan allí donde la norma la imponen a su manera las figuras del terrateniente, el párroco y el médico de la localidad (La cinta blanca, 2009). Con excepción de El tiempo del lobo (2003), drama que se erige en torno a una sociedad post-apocalíptica donde se sobrevive como se puede, la mayor parte de las cintas de Haneke parten de temas cotidianos, con personajes cuyos nombres pasan de una película a otra. Su materia prima se halla en dos fuentes: a) la naturaleza contradictoria y conflictiva del ser humano y b) su relación con la sociedad contemporánea; una sociedad sin salida y acosada por miedos y amenazas ocultas que se traducen en actos crueles y sádicos. Ambas fuentes constituyen un todo en su obra.

Especialmente perturbadora resulta Caché (2005), en la que un matrimonio, con un hijo de doce años, comienza a recibir, de forma sistemática, grabaciones de la fachada de su vivienda y de su vida íntima. Poco después, las cintas de vídeos comienzan a llegar acompañadas por dibujos amenazadores, hechos al parecer por mano de niño o de persona con escasa formación e intelecto. 

Nunca se sabe quién las envía ni el porqué. Pero poco a poco, lo que parece un filme de suspenso, deriva en un profundo y despiadado análisis sociológico acerca de las relaciones familiares y sociales. Una vez más se repiten los nombres de los personajes de filmes anteriores, Georges y Anne, cuya existencia parece entrampada en una vida vacía en la que sólo cuenta el confort y el ascenso social. Destacan las interpretaciones de Juliette Binoche, Annie Giradot y Daniel Auteuil en los protagónicos. A la Binoche, ya la habíamos visto en otras cintas del mismo director, pero es en La pianista (basada en la novela de la escritora austriaca Elfriede Jelinek) donde demuestra ser una actriz fuera de serie: interpreta el papel de una joven y prestigiosa profesora de piano, especialista en Schubert, con tendencias sadomasoquistas. Para Annie Giradot (la increíble Nadia de Rocco y sus hermanos) fueron sus dos últimas actuaciones con el director austriaco: en La pianista, donde hace de madre de Erika, y en Caché, como madre de Georges. La admirada actriz fallecería en 2011.

UNA OBRA MAESTRA

Ambientada en los días previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, La cinta blanca, construye su relato en torno a Eichwald, aldea alemana inexistente. Tal como reza el conocido proverbio, lo que hallamos tras su aparente rutina es todo lo contrario de un lugar tranquilo (2). Haneke hunde sus ojos en la intimidad de las familias del lugar: la del barón y la baronesa, dueños y señores, además de las tierras de casi todo lo que hay a su alrededor; la del párroco, obsesionado con un absurdo ideal de pureza religiosa con el cual atormenta sin cesar a sus hijos, víctimas de una educación represiva. La del doctor viudo que mantiene relaciones clandestinas con la comadrona, mujer a la que desprecia y sólo le sirve como desahogo. Y la del viejo campesino y sus hijos, explotados por el terrateniente y cuya esposa, que trabaja en casa del barón, muere en un extraño accidente.

Narrado por la voz de un anciano (la del maestro del pueblo que rememora tiempos pasados) el filme refleja la variopinta composición de un poblado poco antes del estallido de la Gran Guerra, con sus costumbres, rencores, secretos y venganzas. Los extraños sucesos que en él tienen lugar (accidentes y muertes aparentemente casuales, desapariciones y castigos infligidos a seres indefensos) sazonan la trama, pero no son más que excusas para indagar en la conducta de cada quien y mostrarla tal cual.

Hallamos escenas de gran fuerza dentro de un filme donde todo funciona con precisión de reloj, como la del interrogatorio del párroco a su hijo adolescente Martin (papel interpretado por el joven actor Aaron Denkel) para averiguar, con espíritu de inquisidor, si es víctima o no de las tentaciones de la carne. Sus más de dos minutos de duración mantienen en vilo al espectador a causa de la tensión dramática, aspecto que define lo bien elaborados que están los diálogos, la eficacia de una foto sobre la base de primeros planos y la dirección de actores. La figura paterna parece inspirada en un personaje similar de Bergman en Fanny y Alexander (1982) y resulta como un guiño a la obra del sueco y los símbolos que utiliza. Otra escena importante es la que sigue, tras un corte abrupto, entre el doctor y su amante, la comadrona. En ella resalta la violencia verbal del hombre hacia la mujer sometida y humillada, y define muy bien muy los roles asumidos por cada género.

DEL AMOR A LA MUERTE

Amor (2012) es la penúltima película del realizador austriaco y una donde mejor se refleja el nivel de su cine. Es la historia de un matrimonio octogenario –de nuevo Georges y Anne– ambos profesores de música clásica (3), que tras la jubilación se enfrentan al desgaste progresivo e inevitable de la edad. El drama, de dos horas de duración, se desata cuando Anne sufre una apoplejía que la deja paralizada de un brazo y condenada a una silla de ruedas. De ahí en adelante, será Georges quien se ocupe de su esposa hasta el fin.

Aunque la historia contada no es, necesariamente, trasunto de un tema tan en boga como la eutanasia, de alguna forma está presente, sobre todo en la escena donde Anne, ya paralizada de un brazo y consciente de cuál será su futuro, le dice a su esposo que para ella carece de sentido seguir viviendo. Y le pregunta por qué imponerse ambos ese destino. El diálogo que sigue es una joya de precisión y sencillez: Tras unos instantes de silencio, el hombre responde: «A mí no me impones nada». Ella: «Nadie te obliga a mentir, Georges». De nuevo el silencio. Él: «Bueno, ponte en mi lugar. ¿No se te ha ocurrido que puede haberme pasado a mí?». Y ella que contesta, imperturbable: «Sí, claro. Pero la imaginación y la realidad tienen poco en común».

ENTRE LA IMAGINACIÓN Y LA REALIDAD

Tomado como botón de muestra, estamos ante un filme de excepcional calidad: humano, pero a la vez duro, como acostumbra Haneke a tratar sus historias y en particular a sus personajes, sometidos a las tensiones de una dramaturgia en la que no hay concesión alguna a los finales felices o lacrimógenos tan usuales en filmes del mismo corte. 

Destaca la excelente actuación del otrora galán de cine francés Jean-Louis Trintinant, pero sobre todo el desempeño de la actriz Enmanuelle Riva, que con la presencia de Isabelle Hupert en su papel de hija, forman el trío protagónico de la película.

El de Haneke clasifica como un cine despiadado y escéptico. Y lo es por la manera en que aborda sus temas. Sin embargo, a pesar de sus duras escenas que provocan miedo, incertidumbre, desconcierto y malestar, subyace una voluntad humanista. Aunque en Amor no se juzga a nadie por sus actos ni se pretende moralizar, hay situaciones que dicen mucho acerca de la soledad de los personajes y la falta de comunicación entre ellos (4). Tal vez sea la razón por la cual Haneke insiste en la necesidad del diálogo entre autor y receptor: «Demasiado el cine ha traicionado esa regla básica interhumana, que precisamente es también una regla básica de la producción artística». Para cerrar seguidamente la idea con una fina ironía: «La manipulación sirve para muchos fines, no sólo políticos. También atontando a la gente uno puede hacerse rico» (5). 

Notas:

1. A lo largo de su carrera fílmica, Michael Haneke ha cosechado importantes premios. En los Festivales de Cannes, el Gran Premio del Jurado por La pianista (2001); el Premio al mejor director por Caché (2005). Y el Palma de Oro, así como el Globo de Oro por La cinta blanca (2009). Con Amor (2012), nuevamente el Palma de Oro y Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Y Premio Príncipe de Asturias 2013.

2. Podríamos recordar Peyton Place (La caldera del diablo), 1957, del director canadiense Mark Robson, pero La cinta blanca resulta mucho más visceral y cruda. Y, desde luego, una pieza superior en calidad artística.

3. Es notable la pasión del director austriaco por la música clásica, en particular la obra de Schubert. Se refleja en la banda sonora de películas como La pianista.

4. De manera tangencial, los filmes del director austriaco muestran cómo la sociedad contemporánea distancia generacionalmente, pero también insensibiliza a los miembros de la familia. Se manifiesta a través de conflictos no siempre aclarados entre padres e hijos, pero que se dejan entrever con frases y gestos.

5.- Es una alusión a «la abierta dictadura del mercado estadounidense, en la que el éxitode una película se mide exclusivamente en dinero constante…» (Michael Haneke, Discurso por el Premio Príncipe de Asturias, 2013).