Por: Ángel Alonso

MESURA Y PRECISIÓN

La obra de Alexander Hernández Chang

Conozco la obra de Alexander Hernández Chang (1987) desde hace muchos años, cuando tuve el honor de fungir como  jurado en uno de los salones de Sancti Spíritus, provincia de Cuba donde vive y desarrolla su trabajo. 

Allí, tras una gran discusión, no obtuve el consenso necesario para premiar su ingeniosa bicicleta de gomas cuadradas, el resto del jurado parecía no entender la carga semántica de aquel objeto, que no era «ready made», sino de compleja elaboración y generador de un discurso que parecía encarnar la paradoja de estar estáticos y, al mismo tiempo, montados en un artefacto cuyo principal motivo de existir es el movimiento; una profunda reflexión sobre las contradicciones de los procesos sociales, sobre la diferencia entre lo que se nombra y lo que se hace.

La madurez que hoy vemos en su obra  se debe también a aquella etapa experimental, en la que se internó muy seriamente a la hora de reelaborar objetos, pero en estos momentos anda otro camino mucho más profundo e interno, mucho más desligado del ego del artista y de la condición competitiva que suele caracterizar a esta carrera en el mundo occidental, ahora se vuelca en la pintura y encuentra en su pasado genético y cultural una fuente de inspiración basada en la búsqueda interior.

Chang se sirve de su herencia china como escudo, pintar revive aquí la primera función que tuvo el arte, sólo que en este caso no se trata, como en los tiempos de las cavernas, de cazar el mamut, sino de preservar su equilibrio mental ante una realidad circundante cada vez más alejada de la espiritualidad que él necesita, fenómeno este que no se circunscribe especialmente a su contexto sino a toda sociedad marcada por el modo de vida occidental y sus necesidades artificiales, aquellas que encarnan las marcas de ropa y demás productos sobrevalorados. 

Salvadas las distancias también aquí se trata de una función «mágico religiosa» pues como mismo el hombre primitivo pintaba la caza exitosa y a través de esta acción pensaba provocarla, también nuestro artista practica al pintar otro tipo de fe, que en efecto funciona para traer armonía y paz a su vida.          

El tratamiento de las formas suele ser cuidadoso y preciso, desde sus carboncillos hasta sus óleos aborda la figura con parsimonia, con cuidado, afronta la hechura del cuadro como una práctica meditativa. Integra con esmero los más contemporáneos lenguajes con la más tradicional forma de representación oriental. Puede construir un cuadro matérico con papeles arrugados que se convierten en rocas al intervenirlos con la figura humana. Lo que pudo haber asimilado de Tapies o Fontana cambia mágicamente de lo abstracto a lo figurativo, y los drippings heredados de Pollock o De Kooning  aparecen como un baño de cera que disuelve al hombre que medita, como si este, en su liberación del pensamiento, en su persecución de la paz absoluta, se integrase a la superficie del lienzo. 

Se trata de una pintura rigurosa pero no de aquella que alardea de virtudes técnicas, aquí el virtuosismo está al servicio del discurso conceptual, y Chang se cuida mucho de no pasarse de medios, de dibujar bien pero sin excederse. Estamos ante una obra que hace honor a aquella paz olvidada en occidente, a aquel silencio que queremos recuperar tras tanto ruido. 

La obra de Chang toma estas características porque le viene de sangre, no hay nada postizo aquí, no hay nada edificado artificialmente, él tiene esta Herencia que manifiesta en su cuadro homónimo y es parte integral de su carácter. No es una obra «orientalista» en el sentido externo -o turístico- de quienes estudian un fenómeno ajeno, sino una profunda síntesis entre sus diferentes aprendizajes, entre los que está presente el expresionismo abstracto, la pintura matérica y todo el legado de las vanguardias, pero entre los que también juega un papel importante su ADN,  el legado ancestral de su familia, de sus orígenes.

La obra de Chang se encuentra en un proceso de ascenso acelerado que se fortalece con cada paso, su lenguaje se ha personalizado y depurado al punto de que podamos reconocer cada pieza que realiza, aun cuando estas se desenvuelven mediante diferentes recursos expresivos. No es un artista que repita siempre lo mismo, acude a diferentes medios, a diferentes formatos, de modo que uno pueda aprender siempre algo nuevo. 

No se estanca en un solo modo de resolver su discurso sino que experimenta constantemente nuevas vías. En estos momentos se encuentra en una etapa muy intensa como artista; los derroteros por donde luego se desarrolle serán producto de este mismo proceso, misterios de la creación que no lo pueden definir ni el crítico ni el artista. Sólo la experiencia le irá definiendo cada vez más su propio camino, su propia voz. 

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