Manuel Valles Plasencia
Para los egipcios, el más allá está poblado de lagos de fuego en el que son aniquilados quienes carecen de conocimiento y la llama de la diosa lejana devora al profano. A los criminales y a los malos magos se les hunde en la hoguera de la muerte. Sin embargo, el fuego del origen ilumina el trono del faraón durante la coronación y brilla en el interior del templo; el capítulo 162 del libro de los Muertos es una fórmula para hacer que nazca una llama bajo la cabeza de los bienaventurados bajo la forma del hipocéfalo, disco de tela, papiro, bronce o madera situado bajo la cabeza de la momia y que produce una llama simbólica, brillo que diviniza la muerte y que encontrará en el limbo su forma simbólica última.