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Bellas Artes

La imagen como posibilidad infinita

La obra de Geiler Gonzalez

Por: Julio Lorente

«Lo personal es político»

En su ensayo El origen de la obra de arte, Martin Heidegger observa desde el reajuste que opera en la metafísica del ser y el tiempo,  como  «la obra de arte levanta un mundo», es decir, la obra de arte posee un  «ser-obra» que construye una espaciosidad como reducto, más que de representación, de posibilidad de «ser». La díada técnico-creativa se trasciende para instalarnos en la naturaleza de la obra de arte, esa que no desconoce su «realidad efectiva», material, pero que está incrustada en la physis, en su esencia, en su búsqueda de la verdad finalmente. 

La obra de Geiler Gonzalez tiene que ver con todo esto en tanto está motivada por el hecho de des-ocultar. Una imagen es, para este artista, un espacio abierto donde disputar los significantes de forma traslúcida y con su pertinente margen de misterio. Pero este misterio no obstruye el deseo de arribar a la presencia de un mensaje, de un testimonio encarnado en imagen. 

Pintura y dibujo es básicamente el paréntesis técnico de donde Geiler Gonzalez emplaza su búsqueda artística; poco importa los medios que para ello utilice. Pero esto no es suficiente descripción para indagar sobre su método creativo. Si tuviéramos que trazar un perímetro desde el cual arrojar una posible definición, podríamos convenir que el artista utiliza la historia y todo su discurrir simbólico como un amplio espacio panóptico, no para «vigilar y castigar», sino para meter cuñas críticas en esa teleológica noción a la que aspira todo relato hegemónico: consagración histórica. 

Un variado desfile de personajes que comprenden reinas, dictadores, personajes del imaginario cultural y hasta ratas, pasan por sus lienzos y dibujos entablando una narrativa que lo acerca a cierta conducta filosófica. Más que respuestas  Geiler González elabora sus obras con cierta propensión por las preguntas. ¿Qué es el poder?, ¿Qué es la historia? ¿Qué esconden las dulcificadas imágenes de nuestro espectro cultural? Imágenes para desarticular nociones preestablecidas; imágenes para des-ocultar, advertíamos.

Geiler González asume el ejercicio creativo desde el reverso de esa subjetiva noción del arte como actividad que se margina de toda relación o conflicto con el poder, quedando en una especie de autonomía individual como sinónimo de una «ética virtuosa» que pone al artista en un pedestal acrítico. Al contrario, este artista indaga, cuestiona, exalta las mórbidas estrías del cuerpo del poder político con interés por lo subrepticio. 

Existe una lectura análoga en su obra, y la misma tiene que ver con la imagen como posibilidad de retornar sobre sí misma para buscar múltiples caminos a la hora de erosionar un tópico. Un efecto caleidoscópico que no resulta en simple yuxtaposición sino que, comprendida en la imagen, existe una totalidad compuesta de fragmentos de una realidad que se nos muestra como un entramado de mitos fraccionados y amplificados por el poder de lo real, que con Braudillard coincidiríamos en llamar  «ficciones hiperreales». Es decir, una imagen como posibilidad infinita que descubre en su relación de causalidad, un todo disperso y fragmentado. Su objeto crítico es el descubrimiento del artificio constituido como verdad ideológica, y, por lo tanto,  lucha por arribar a una verdad ontológica. Como aquella flecha que, según  Zenón, aunque estaba en pleno vuelo estaba en reposo porque su movimiento ocupaba un lugar fijo; ese mismo lugar fijo donde Geiler Gonzalez deposita su ánimo creativo, es decir, acceder tras las fachadas de los metarrelatos, a todo aquello que fijan los contenidos del mundo. 

Hoy la humanidad vive en el letargo que dejó el ethos fracasado de la modernidad, ese que aspiraba a una moralidad universal destruyendo, paradójicamente, el unitario concepto de persona. El telos unánime que desde Grecia configuraba al hombre ha sido pulverizado por un nuevo ethos, la indefinición. Moral fragmentada que se rearticula como la atomización del  «deber ser» que termina no siendo. Un arte consciente de semejante desgaste discursivo, procura ir reuniendo fragmentos con vocación por lo oracular, es decir, con vocación por revelar verdades encubiertas por poderes que, como el rey Midas, convierten en mentira todo lo que tocan. Aquí nos reencontramos con la obra de Geiler González, pues la misma resulta un ejercicio de recomposición de conceptos sustituidos por sus dobles espectrales. Esa posibilidad infinita radica en que este artista tiene bien claro que sus imágenes no aspiran a la imparcial universalidad que promueve el mainstream de las ideas, más bien precisa de retazos multiplicados en sus rastros éticos para rearmar un mundo sepultado bajo el flamante becerro de oro fundido por la ideología.  ■

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