Por: Gregorio Vigil-Escalera

LA LEYENDA DEL GÉNESIS EN LA PINTURA DE GUILLERMO SIMÓN

Tanto el espíritu celeste como el de Guillermo Simón se mueven entre la superficie procreadora de las aguas, ya que si Leonardo consideraba el dibujo no sólo como una ciencia, sino algo divino, también en el caso del asturiano se transforma en una categoría de esencia venerable dotada de huellas de deidad.

Y es así como en la poética de esta serie, que es continuación y culminación de las muestras Latidos de mar y Con el mar en la mirada que la han precedido, el pintar ha sido siempre para él un vehículo de inquietudes espirituales y de valores, una expresión de fe en la creación tal como se manifiesta en un océano inagotable hacedor de vida.

Rechaza, pues, los significados convencionales, en aras de una pluralidad de niveles intrínsecos traducidos como una naturaleza o un mundo concebido en desarrollo, emanación o manifestación. Incluso se constata un sentir panteísta naturalista y la lenta maduración de una necesidad difusa que desemboca en una repentina irrupción. O lo que es más, el vislumbre de una cosmogonía según la cual es la nimbada y propia masa salada la que se ha infiltrado en el cuadro, la que se ha inmiscuido en él como una trampa metafórica que acaba metamorfoseándose en una visión de lo real.

Decía Rothko que las pinturas deben ser como milagros, tal que una afirmación romántica de libertad, de principio y origen. Ese cauce maravilloso al que se refería Breton como la única fuente de comunicación entre los hombres. Y Diderot, todavía antes, consideraba que hay una magia a la que es difícil sustraerse, y que es aquella que emplea el artista que sabe conferir cierta atmósfera a su cuadro.

En el caso de Guillermo, es en esa especial cualidad plástico-luminosa y la injerencia del volumen acuático en el espacio propio de la obra donde arraiga su yo creador, que se vacía en escalas y relieves cromáticos que se desplazan en un vaivén sin freno, marcando la intensidad de un núcleo primigenio del que nace un maravilloso flujo y múltiples corrientes. En ese sentido, el soporte, reformulado e innovado, actúa como una plancha matriz en la que se graban y sedimentan gestos, acciones y accidentes plásticos que nos remiten a la evocación de un origen de los tiempos en unos paisajes que invocan la aparición de espectrales acantilados, geologías, diluvios y el agua como germen sonoro de la vida. Recuperando de este modo la verdadera autenticidad de una ejecución maestra, capacidad que prácticamente ha dejado de existir en el escenario artístico actual.

Porque su gama de color nos sitúa flotando sobre la «materia acuosa» y ésta en el espacio. Porque lo cierto y verdad es que su técnica siempre está en los confines más esenciales y transporta su trabajo a aquellos extremos en que tiene lugar un gran deslumbramiento. Lo cual prueba que ajusta su inspiración de forma y color con un orden de aparición desde el útero originario. Porque es ahí donde se percibe la génesis que está produciéndose, que arrastra, en su interacción con la voluntad espectadora, a ésta en su constante inquisición del pathos flotante, y en su respuesta física a lo que le sobrevendrá como un estímulo y una pasión.

Tanto es así, que tales paisajes nos aluden, en nuestra condición de espectadores, como depositarios de una concepción ensoñadora, que ha sido vehículo insondable de sucesos y acontecimientos. De ahí que se llegue a un desenlace que lo constituye en  una naturaleza inabarcable, la cual, en virtud de su aliento trascendente, es creadora de una nueva realidad plástica.

Más aún, para confirmar esa dimensión, ofrece una sensación de cosmos infinito, un sentimiento metafísico, atemporal e intuitivo, de esa realidad que relaciona de manera especial al hombre con su medio. Su determinación es la de situarnos en lo, por una parte, más tumultuoso y alborotado, y por la otra, en la serenidad y placidez de una acción cuya réplica tangible sea una correspondencia ontológica de la creación.

Hablamos, en consecuencia, de que la plástica de Guillermo es expresiva, es decir, expresiva de una profunda emoción o vivencia. Tanto como para ser también una exteriorización lírica de las relaciones del hombre con su ambiente, así como de su transposición simbólica. Y hablamos igualmente de que en el fondo de ese pintar laten estados de ánimos, huellas, visiones, memorias, atmósferas, pensamientos, modos de hacer, técnicas, una afirmación, en definitiva, según la cual se escucha el fragor transparente del mar en su ensañamiento palpitante contra las rocas entre tinieblas.

Por consiguiente, no hay nada fuera de su campo de interés estético, está todo dentro de su producción. Nada de estilos, tendencias y corrientes montadas en el arte de la repostería, sino una totalidad que conjura un misterio universal, un destino que concentra el acervo de su fuerza y energía en el momento de la representación.

Guillermo no se ha dejado condicionar en su hacer, ni por el contexto vigente ni por el status caprichoso de lo posmoderno o posthistórico, lo que ha redundado a su vez en una índole de mayor trascendencia de su trabajo artístico, en el que no cabe lo banal, lo trivial, lo escandaloso, lo insulso del panorama existente, absolutamente contrario a su convicción en el génesis.

En suma, esta magnífica serie del asturiano se distingue por su compleja orquestación formal que tiene un significado y este significado es vital, mágico, legendario y armónico. 

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