La iluminación del alquimista

El firme discurso visual de Andy Astencio

Por: Ángel Alonso

En sus pinturas no alumbra el sol, son fluorescencias que se asemejan a las del neón, irradiaciones de titilantes pantallas digitales, es la iluminación nocturna de las ciudades, en ocasiones se trata de aéreos paisajes urbanos cargados de industrial belleza, fosforescentes islas pobladas de máquinas petroleras, metales cortantes, mapas codificados; otras veces pinta edificios totalmente reconocibles, como en la serie Penumbra, en la que una colorida torre se recorta sobre un duro cielo ahumado, de un metálico color al mismo tiempo dorado y apagado -un oro herrumbriento y sin brillo-, o en la que un faro parecen encarnar, con su luz propia, aquella otra iluminación que tanto necesitamos.

Todo está enfocado, no hay niebla aquí, ni nubes que suavicen la dureza de los contornos, todo está nítido, cada límite tiene similar intensidad, cada reborde se destaca como un queloide en bajorrelieve, como la cordillera plástica que se elevaba en aquellos mapas geográficos que veíamos en la escuela, táctiles cuadros que dan ganas de tocar. Veo circuitos electrónicos, brillantes y resistentes. Veo sobre todo una manera de afrontar la creación artística de alto rigor en su factura y contundente base conceptual.

Alquimista, adicto a la investigación, a escudriñar los secretos de la materia, a apropiarse de la belleza del accidente fortuito, Andy Astencio va construyendo su obra con el goce de un arqueólogo y con la profunda paciencia de un arriesgado científico, de un inventor renacentista. El resultado general del cuadro, capa tras capa construido, solo él podría intuirlo basado en su experiencia, pero una idea más o menos exacta de cómo quedará sería imposible. Aquí, como en Pollock, el proceso es el protagonista de la obra, por encima de sus resultados estéticos.

Por atractivas que nos parezcan sus piezas, solamente podremos comprenderlas a fondo el día en que lo veamos, más que pintarlas, «esculpirlas», pero somos humildes espectadores y no espías, únicamente podemos suponer sus secretos o atender a sus palabras cuando nos los cuenta: 

«Son cuadros realizados con acrílico, es un proceso de acumulación y lijado, llego a tapar el cuadro completamente con las capas hasta el punto de que no se ve y después, con una lija, sale hasta donde creo que es la pieza final»

El devastado de la lija provoca que el contraste entre lo que descubre de abajo -al levantar las capas de pintura superpuestas- y lo que queda de la última «membrana» aplicada encima sea muy cortante, por eso al ver las fotos de sus cuadros me imaginé que se trataba de imágenes realizadas con procesos digitales, se me asemejaron esas texturas a las que dejan algunos filtros de Photoshop, y algún otro software similar. No sé hasta que punto el artista es consciente de que esta semejanza física con el mundo digital carga de contenido su obra, sí sé que su formación como diseñador y su trabajo con la revista que realiza no puede estar totalmente desligado de lo que hace, porque el ser humano es un todo y cada acción que realizamos incluye a la otra. 

Al mostrar las fotos de sus cuadros a otros colegas también ellos han leído, como yo, una intención de recrear esa luminosidad artificial que emana de las pantallas donde ahora leemos dejando a un lado los libros. No he estado solo al encontrar estas semejanzas, por eso no creo una imprudencia apreciar en estas pinturas una recreación del mundo digital que hoy nos rodea, más cuando el propio artista me ha dicho «Tengo piezas basadas en la vista superior de Google Map ». Aquellas pinturas a las que se refiere poseen una semejanza con los paisajes aéreos que lo aleja de la abstracción, pues realmente parecen fotografías tomadas por satélites, la obra Arrancados, también es un ejemplo representativo de ese punto medio entre lo figurativo y lo abstracto. 

Así es la obra de Andy, se mueve entre la representación y lo simbólico, en algunas ocasiones es reconocible a primera vista lo que ha pintado, mientras que en otras atiende a la retícula del cuadro y el resultado visual deriva en una muy peculiar abstracción. Pero tanto cuando es más abstracto como cuando es más figurativo hay siempre ese tratamiento basado en la nitidez y el volumen que deriva de su trabajo por capas.

Llevándolo al plano de la fotografía, no serían estas imágenes pictóricas como las planas del cine sino como las volumétricas de la televisión, no aquella fotografía analógica que enfoca una parte y desenfoca otra sino esta otra típica de la alta resolución y de automatizado enfoque a todo lo que en ella se muestra. El ojo, mientras recorre el cuadro, se siente sano como el de un piloto, siente la comodidad de la precisión y el enfoque. Estamos ante una obra caracterizada por la firmeza, en la que hasta lo más accidental se aprovecha como canal de un discurso único e irrepetible.