Por: Ángel Alonso

La densidad del subconsciente

La obra de Ángel León Valiente

La metafísica integrada a la pintura como búsqueda espiritual, aquella vida interna en la que reina el subconsciente -terreno intangible que intentaron personificar los surrealistas- y los amplios espacios arquitectónicos que Giorgio de Chirico ha dejado en nuestra memoria visual, son las principales referencias que nos sirven de base para interpretar la obra de Ángel Miguel León Valiente. 

No obstante, esta zona de la Historia del Arte sería insuficiente para entender el particular mundo que ha creado, en el que también encontramos elementos propios del arte conceptual (al acercarse al documento, a la foto vieja y descolorida), y componentes propios del hiperrealismo (por el carácter fotográfico de las figuras).

Ángel trabaja mucho con la imagen de la mariposa, cosa que me parece un atrevimiento en estos días en los que todo lo hermoso ha sido acusado de kitsch, porque este insecto ha sido tan degradado en su representación visual como el cisne o la rosa. Pero como mismo pasa en el aforismo «una rosa es una rosa»,  poema de Gertrude Stein que alude a un verso de Shakespiere («La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo») tampoco una mariposa deja de ser lo que es por mucho que se banalice su imagen.

Este suigéneris insecto encarna la idea del renacimiento, de la metamorfosis; como en el cuento del patito feo que se convierte en cisne, el gusano deriva en la flamante mariposa. Esta riqueza simbólica, el paso de un estado a otro bien diferente y antagónico, la transmutación de lo feo en hermoso, sirve al autor de la obra para contrastar, para diferenciar dramáticamente diversos estados en una misma imagen.

Nos cuenta el artista que su intención va más allá del significado convencional que tiene la mariposa en nuestro imaginario, a partir de una particular relación que estableció con este insecto cuando su familia, durante los duros años 90, convirtió la afición de su abuelo de coleccionarlas en un modo de sobrevivir. Su padre fabricó en aquel tiempo, a manera de souvenir, pequeños cuadros decorativos para vender en ferias. La muerte de las mariposas significó entonces la sobrevivencia del núcleo familiar.

Por eso siente Ángel esa especie de deuda o gratitud, y al pintarlas, no las representa como algo trivialmente bello sino como algo atropellado, usado, pero a la vez contenedor de otra belleza, poderosa, que resurge de la muerte con una contundencia innegable.  

 

Como en el viaje de Dante Alighieri en La Divina Comedia (no son pocos los cuadros de Valiente que me recuerdan algunos cantos de esta obra literaria), un lienzo de la serie Souvenir del alma  recuerda la barca del anciano que vieron Virgilio y Dante atravesando el infierno, y el enjambre de mariposas resulta tan aglomerado e irrespirable como el de aquellas desesperadas almas que este golpeaba con su remo. Aquí asistimos a atmósferas terribles y hermosas al mismo tiempo, el controlado y virtuoso claroscuro afianza la escena en el anclaje de la circunspección. La imagen blanco y negro aporta entonces un carácter cinematográfico en el que lo estropeado puede ser hermoso, como ocurre con las películas de Tarkovski, ese cineasta que encuentra lo poético en lo desvencijado. 

Gigantescas plantas crecen entre los edificios en cuadros como De la mugre a lo divino, muestra de cómo se afirma el mundo natural por encima de la polución y del ruido urbano. Las edificaciones de la liliputiense ciudad contrastan con las inmensas plantas, con las gigantescas mariposas; cuando todas las proporciones cambian los significados también -lo sabían Vania Heymann y Gal Muggia cuando hicieron a  Coldplay el vídeo de Up and Up-, en este caso la mugre queda atrás y se abre paso la vida, que es lo divino.

En la pieza Desnudos, la imagen de una pareja se deshace en luz mientras le nacen alas de mariposa. Al igual que en Lost generation la referencia a la foto antigua se hace evidente; hay un juego con el pasado en estas piezas, una recreación visual que alude a la nostalgia, pero no desde dentro sino desde la perspectiva antropológica de quien observa. Y aquí el observador no es pasivo, es el observador cuántico, el que construye una realidad con una atenta y consciente mirada.

En su mundo meditativo los elementos desafían la lógica y la fuerza de gravedad, pueden levitar, suspenderse en un espacio de silencio y calma, pero el sosiego de estas escenas no ha de confundirse con la felicidad. No veo, por más detalles que revelen las imágenes, una condición bucólica o ajena a las preocupaciones de la mente. La tranquilidad es aparente, una película bajo la que subyace un drama, un acontecimiento de insospechado peligro; el artista atiende aquí a la complejidad del subconsciente, a su densidad.

Estamos ante una obra que denota entrega y consagración, se ve en ella una autoexigencia que inspira respeto, pero su intensidad y perfección técnica no es gratuita ni pretende un regodeo injustificado. Aquí la elaboración minuciosa, lejos de estar como alarde técnico, resulta imprescindible y aporta una enorme solidez a su ya madura obra. 

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