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LECTURAS

GREGORIO VIGIL-ESCALERA; EL IMPULSO DE LA INCONFORMIDAD

Por: Ángel Alonso

En la película Historias de Nueva York, hay una escena en la que una joven estudiante de arte —para elegir si continuaba o no su carrera de pintura— pregunta a su maestro si ella tenía talento. La respuesta del artista fue certera, le explicó que si podía elegir entre seguir pintando o dejar de hacerlo, ya no valía la pena continuar. Y tenía razón porque… ¿Para qué hacer el esfuerzo si no es vital? ¿Para qué intentarlo si la creación no bulle por salir? El verdadero artista no puede elegir no serlo. Y eso mismo ocurre con el escritor.

Este nuevo libro no será, como dice su autor, el último que escriba, porque para quien resulte vital escribir no puede parar de hacerlo. Quizás el crítico se refiere a la amenaza de la muerte, pero esta —a causa de sus múltiples variantes— acecha por igual a los jóvenes y a los viejos. El Goyo, como le decimos sus amigos, tiene la responsabilidad, el deber incluso, de vivir muchos años. El medio artístico, sin críticos como él, daría a la mediocridad la posibilidad de expandirse sin ningún tropiezo. 

Bueno, la verdad es que se expande mucho pero, con Gregorio en la escena, vigilante desde su blog, ella no puede extenderse impunemente. Y no solo desde su blog, porque el crítico opera también desde los foros en los que participa, desde la revista ARTEPOLI y otros espacios virtuales e impresos, pero sobre todo desde sus libros, que resumen su trabajo y lo hacen trascender, El libro es, de todos los medios, el menos volátil; se conserva mejor y continúa presidiendo lo poco que queda de seriedad en estos tiempos. Hubo un momento en que parecía que iba a irse, pero ya lo veo de regreso en algunos trenes, incluso veo gente joven que guarda su móvil y lo sostiene, saboreando el papel y la calma que no pueden trasmitir las pantallas titilantes.

Otra vez la crítica de Vigil-Escalera nos alerta ante la generalizada pérdida de sustancia del arte contemporáneo, cada vez más vacuo y más ajeno a la compleja realidad. Pero además de su latigazo risueño, de su constante denuncia, también el crítico ampara a la verdadera creatividad, pues escribe sobre aquellos artistas que, por rebeldía al esclavismo del mercado, corren el riesgo de ser invisibles.

Su forma de escribir posee un aire bohemio y sin pretensiones, nos exhorta al debate y nos hace reflexionar, entre citas y chistes desmitificadores, sobre temas escabrosos, como pueden ser la apariencia de rebeldía como artículo de venta o los trucos de quienes, abanderando el colectivismo desde el arte, obtienen beneficios personales. Gregorio pone al desnudo, sin acusar a nadie y con elegancia, la hipocresía en la que se basa un gran porciento de lo que el mainstream considera arte contemporáneo.

Los nuevos textos hierven en cuanto a fuerza y efectividad, son compactos como epitafios y a la vez musicales. No hay espacio para la densidad en ellos porque su autor prefiere hablar claro e ir al grano. Ya desde sus títulos —Hablemos mal del artista, Hay que seguir apostando por una nueva modernidad, Ya no se si camino o me arrepiento, Quiero hacerlo yo solo…— nos inquieta y nos causa curiosidad. En este libro encontraremos el impulso de la inconformidad y la protesta. Eso sí, con mucho humor y nada de amargura pues —como decía Marcello Mastroianni cuando las conversaciones sobre arte se ponian muy serias— «esto es un gran juego».   ■

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