Por: Gregorio Vigil-Escalera

FERRAN SORIANO Y LA CONJUGACIÓN FÉRREA Y HUMANISTA DE LA FORMA

Mediante la importancia de la posición de su individualidad, de su ubicación en el presente como parte integrante de la explicación del pasado, es como se hace posible determinar el aura de la obra de Ferran Soriano (1944), y el depósito de valores estéticos y los compromisos asentados en la misma. Incluso podríamos considerar que su espíritu, el de su escultura, se eleva sobre alas materiales, como señala Santayana.

Sus comienzos no fueron nada fáciles, dado el ambiente y el medio en los que se crió, pero el ejemplo de su propio padre con su oficio de planchista le introdujo en la consistencia de una labor que requiere fuerza y dominio sobre la masa, ya sea de cobre, latón, hierro o acero, consiguiendo así la habilidad perfecta para el ejercicio de ese quehacer. Como señaló su amigo y escritor Francesc Candel, era una ocupación que le gustaba porque le exigía creatividad y esfuerzo imaginativo.

Aunque empezó con el dibujo, a medida que el transcurso del tiempo le va cercando percibe que no se encuentra a sí mismo en lo que hace, y en esta investigación de lo que le está pasando le acomete un sentimiento de angustia. De este modo y apurando un ansia de conocimiento que le corroía -según vamos conociendo más cosas, vemos que el mundo es inadecuado para satisfacernos, afirma Keats-, iba tomando contacto con lo que se estaba entonces haciendo en los ámbitos artísticos. Así fue como con el descubrimiento de la vanguardia se inició su proceso de autoconstrucción. Y a través de ello, como expresó Clement Greenberg, absorbió el pensamiento del arte desde el punto de vista de sus materiales.

No obstante, el descubrimiento de la estatuaria se hizo esperar hasta no hallar en la pintura su acomodo, pues para probar la excelencia y la vocación lo mejor es dejarlas dormir hasta que la fuente de impulsos y de vida las despierte. Tal espabilamiento se hizo visible por medio de la realización de relieves y de tres pequeñas esculturas hechas en chapa de hierro.

Después, como una invocación a la máxima de los libros herméticos, «el tiempo se manifiesta, aunque la eternidad todavía se oculte», la eclosión hizo que la elección de los materiales a utilizar fuese el ingrediente sólido de su élan creativo, el cual basaba el ideal de su existencia en la humanidad, en tanto que principio humanista y realidad empírica de la forma en su apariencia óptica. A partir de ese instante, soplete en mano, las formas de los cuerpos se van concretando con un chirrido de hierro de fondo. Quedan, como el mismo artista recalca, las rugosidades sin pulir porque no abdican de su origen.

Por tanto, si Ferran a medida que emprende la acción sueña y piensa, la obra también medita y acaba interviniendo y guiándole, pues el modelado de un vacío únicamente puede tallarse con la materia de un goce. Así pues, depura el hierro y el acero a la búsqueda de caracteres esenciales cuyo resultado sea ese anhelo que le ha trazado el camino. Sus esculturas figurativas se han desnudado de lo accidental y se arraigan en un movimiento de cavilación respecto a su propia transmutación en otra naturaleza y en otro espacio. A sus dioses Éol, Dimo, Hefest, Cronos, Dionís, Hermes, ya no les importa el tiempo. Quizás sí la soledad que su creador entiende inevitable en una visión emocional que aprehende el valor de las cosas.

En un momento dado, cuenta Francesc Candel, «las posibilidades de esos materias que son el hierro, el acero, el latón, el cobre, le hacen ir rehusando la anécdota y el gesto, también la intención social, metiéndose de lleno, cada vez más, en la explicación puramente plástica». Es decir, pasa de unas etapas más agresivas y sociales a unas últimas más trabajadas sensual y estéticamente, incorporando al proceso creativo la policromía, la pátina, el quemado o el tostado, las rugosidades o pulimentados, cuya sabiduría es el logro de conferir a unas planchas en un principio mates y opacas, irisaciones y delicados y armónicos matices (Candel).

El crítico Daniel Giralt-Miracle ha puesto de manifiesto que «Soriano consigue dar continuidad a la vieja tradición de la escultura en hierro que estrenaron Juli González y Pau Gargallo. Lo hace empleando los mismos materiales, pero con un lenguaje y texturas muy diferentes. Sus rugosidades -divisa que se repite en toda su trayectoria- son más brutales, los bordes más agresivos, las superficies laminadas han sido requemadas de tal manera que la figura humana aparece solitaria, anónima e introspectiva. Son seres que meditan, que piensan, oprimidos por su propia angustia o por el mundo que los envuelve».

En definitiva, Ferran sigue ahí, en su ciudad de L´Hospitalet, con el numen de una verdadera vocación que trae consigo un constante recomenzar y un mismo trazado de un camino, aquel que es el mejor para volverse a encontrar, aquel que caracteriza para siempre la genuina aptitud y creatividad. 

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