En portada

Pedro de Oraá

Lábaro (2018) no es una obra tan abstracta como parece; si buscamos esta palabra lo primero que encontramos es su significado religioso: «Monograma o abreviatura compuesta por las letras griegas X y P entrelazadas, o por la P cruzada en su trazo vertical por una barra horizontal, iniciales de Cristo».  La pieza es un estandarte, el título ya lo referencia y su forma lo corrobora, con todo lo que este lleva de verticalidad y poder. 

Un estandarte, desde la época del imperio romano,  pasando por los tiempos de los caballeros andantes y usado en la actualidad, sirve como soporte a símbolos militares, políticos o religiosos, es un tipo de bandera, un objeto sagrado que inspira respeto. Lábaro es por eso una de aquellas obras de Pedro de Oraá (La Habana, 1931-2020) abstracta por sus formas pero contenedora de una referencia a lo real; es, dentro de la etapa más madura del artista, una pieza importante que encarna y define el carácter de su pintura. 

Aunque Pedro ha sido uno de los representantes más importantes del Arte Concreto en Cuba – perteneció al grupo llamado Los Diez Pintores Concretos – su pintura no sigue al pie de la letra las pautas conceptuales de este movimiento, cuyo manifiesto impugnaba cualquier asociación con la realidad, cualquier ilusionismo; se concebía a esta vertiente de la abstracción como una manera de crear en la que los materiales no simularan nada que no fueran ellos mismos. Lo geométrico primaba a nivel formal, una búsqueda de la forma pura despojada de todo contenido representacionalista.

Pedro sabía que todo espectador relaciona lo que ve con su propia experiencia y con lo que lee en el título de la obra. Adquiere entonces una importancia enorme conocer los títulos de sus cuadros. A diferencia de los fundadores del Arte Concreto a él sí le interesaba la asociación que haría la mirada del cuadro con la lectura de la palabra, y como era poeta, sabía relacionar sus cuadros con palabras claves que, como Lábaro, lo cargan de significado.

Para Artepoli es un honor contar con un cuadro de este monumental artista para la portada de esta edición, el número XXX de nuestra publicación. Esto ha sido gracias a Griselda de Oraá -hija del artista y presidenta de la Fundación Pedro de Oraá-, a su esposo, Marino Pavon -vicepresidente-, y a Ottavio Freggia -representante y coordinador de la misma-. A ellos, y a todos los que trabajan para mantener viva la obra de Pedro, dedicamos esta portada.

Pedro de Oraá