Por: Ángel Alonso
La rígida compartimentación profesional a estas alturas de nuestra civilización no entiende ni acepta la diversidad de prácticas o la simultaneidad de vocaciones en un mismo individuo (1)
Pedro de Oraá
Theo Van Doesburg, en su manifiesto sobre la pintura concreta, apunta a excluir de ella todo tipo de analogía con la realidad. El artista, despojado de la condición mimética de la representación, podía ser al fin libre y dialogar con el espectador a partir del color y las formas. Si concebimos que un plano amarillo, un círculo azul o un rectángulo, son lo que estamos viendo y no otra cosa, entonces no hay manera de «no entender» la propuesta del creador; cuando estamos frente a lo que «es», estamos frente a lo «concreto».
Esta posición radical, aquello de que lo pintado (o esculpido, o grabado…) no suponga ser nada más que el material aplicado, fue otra de las utopías de los movimientos de vanguardia, otro de aquellos idealismos que tanto enriquecieron el arte en su devenir histórico. Si consideramos al receptor como miembro integral de ese as de relaciones que constituye el proceso comunicativo inherente a la obra de arte, no es posible evitar que aquello que ve lo relacione con lo que ya conoce y que lo interprete asociándolo con aquello que ya ha visto. Si ante un espectador contemporáneo con un mínimo de información histórica y geográfica, coloco un círculo rojo contra un fondo blanco, lo más posible es que piense en la bandera de Japón, por más que yo intente que sólo vea un círculo. Partiendo de este pensamiento podemos decir que Pedro de Oraá (La Habana, 1931-2020) es mucho más que un pintor concreto.
Estar ante una obra de Pedro es, además de un regocijo, un ejercicio de aprendizaje. Sus cuadros constituyen una fuente de conocimiento de la que emanan enseñanzas sobre diseño, armonía, equilibrio… Se cultivan, además de los sentidos, las más impacientes neuronas, pues estamos ante cuadros cuyos elementos están organizados con tal precisión que cada uno de ellos sostiene el resto de la estructura.
Si hay un tono azul a la derecha, que de forma aislada ya resulta atractivo por su mezcla, eso condiciona que el color vecino de la izquierda tenga ese otro tono, insustituible en ese espacio; y lo mejor de todo es que llega a tales modulaciones a causa de una intención poética intrínseca a su producción, más allá de los posibles cálculos y razonamientos inherentes al diseño del espacio pictórico, más allá del lado matemático que caracterizan sus geométricos y simbólicos signos.
Quizás fue el artista más prolífico y flexible de Los diez pintores concretos. En cuanto a la fecundidad le ayudó mucho sobrevivir al resto del grupo y relacionarse con creadores mucho más jóvenes, nuevos pintores abstractos y no abstractos que lo seguían y admiraban; en cuanto a lo flexible pienso que su actitud abierta estuvo determinada por su condición de escritor. El acto de escribir hace más consciente la práctica de cualquier manifestación artística; el dominio de la palabra no permite al artista-escritor zafarse de la conceptualización de su propia producción, de manera natural siente la necesidad de auto-explicarse, de cuestionarse qué es lo que hace y por qué. Ésta introspección está condicionada por haber sido crítico y ensayista. Si para hacer su trabajo de crítico se detenía a analizar la obra de otros autores entonces es obvio que también necesitase analizar la suya y ser consciente hasta la médula de su propuesta artística, no podía darse el lujo de ser «bruto como un pintor», como decía Duchamp.
Pedro, por ser tan múltiple, polifacético y diverso, se veía a sí mismo lejos de etiquetas como pintor, diseñador, ensayista, poeta…Siempre tuvo la humildad de no considerarse un «genio» sino una persona que tenía ideas, y buscaba, según fuesen esas ideas, el medio más idóneo para expresarlas. Incluso dentro de su pintura no se mantuvo estrictamente abstracto, también pintó bodegones y retratos.
Con frecuencia limitaba su paleta a escalas monocromáticas o exclusivamente a un color neutro. El uso de estas estrategias aportan una cualidad de elegancia a sus cuadros que nos llevan a rescatar ese espacio perdido en el arte contemporáneo, esa plaza envilecida por las impresiones digitales que se están comiendo todo: La pared de la casa. Sí, porque por más que se critique la función decorativa del arte -al relacionarla erróneamente con lo superfluo- ésta estará siempre presente, como una necesidad humana. Y en un mundo tan abarrotado de pantallas líquidas como al que estamos asistiendo, vuelve a ser un exclusivo descanso para nuestros ojos posarlos en una tela pintada con el rigor y la maestría de Pedro de Oraá.
Un legítimo descanso para los ojos cansados de la televisión y de Internet, pero también un estímulo para la mente, sin desdeñar esa zona sensorial y erótica que contiene gran parte de su producción. Es importante destacar que asistimos a una abstracción no tan abstracta, pues se puede hablar de «figuras» que se mueven en el espacio. Se trata de «figuras abstractas», y lo digo con plena conciencia de lo contradictorio del término, pero no puedo dejar de asociar muchas de estas formas con elementos de la realidad propios de la arquitectura -a veces asemejan monumentos por su solemnidad- o incluso con cuerpos humanos -por lo vibrante que se muestran, suerte de efigies que parecen palpitar dejando un eco- contradiciendo el dogma de los pintores concretos que se suponían liberados de cualquier asociación con la realidad. No existe una abstracción químicamente pura, como tampoco existe una figuración sin elementos de la abstracción.
Hay un recurso heredado del futurismo (ya sabemos que este movimiento fue una de las fuentes de la pintura abstracta concreta) que aplica en varios de sus cuadros, consiste en repetir al lado de ciertos planos otros similares que, ayudados por una controlada escala de valores, provocan un efecto de movimiento. Como si de un concierto se tratase, las diferentes tonalidades son ejecutadas con la limpieza que lo caracteriza y el ojo del espectador transita, estupefacto, por unas escaleras ascendentes e infinitas. Pedro nos lleva, con su pintura un tanto arquitectónica, a un estado de introspección que nos otorga una comprensión profunda de nosotros mismos.
Se torna errada, con el tiempo y la investigación, aquella vieja idea de que el abstraccionismo no dice nada; es todo lo contrario, es la única tendencia expresiva en la que el artista, fuera del imperio de la representación, puede alcanzar un nivel espiritual más elevado que dentro de esa ilusión que comúnmente llamamos realidad.
LA FUNDACIÓN PEDRO DE ORAÁ
Para mantener viva su obra, conservarla y difundirla, Griselda de Oraá (hija del maestro), Marino Pavón (su yerno), así como Jennifer y Angelina Pavón (sus nietas) han creado esta organización con sede en Miami, Florida.
Como se puede ver en su ya muy visitada página Web: «La fundación fomentará el conocimiento de su obra, compartiendo las exposiciones tanto privadas como colectivas, así como también las publicaciones de sus poemarios, ensayos y otras publicaciones literarias, todo lo necesario para mantener vivo el legado dejado por el artista».
No es pequeño el esfuerzo que llevará esta labor, aún cuando sé que contará con el apoyo de todos los artistas que lo conocimos y que aprendimos de él. Pedro fue admirado y galardonado en su vida profesional, pero pienso -y me responsabilizo con esta opinión- que ese reconocimiento pudo ser mucho mayor si lo comparamos con el que merecía, considero que tardó mucho su Premio Nacional de las Artes Plásticas.
Sus aportes al arte abstracto y su coherente obra, que fiel a su personalidad nunca decayó, debe difundirse mucho más. Es entonces un reto para la fundación destacar la importancia de este artista y desde ya comienza, para quienes le apoyamos, esta gran aventura en la que queremos participar.
1 Pedro de Oraá. Imbuido de futuridad, entrevista con Estrella Díaz para Arte por excelencias, diciembre, 2018.