BELLAS ARTES
«Todos los sentidos, incluida la vista, son extensiones del sentido del tacto. […] Cuando miramos, el ojo toca, y antes de ver un objeto, ya lo hemos tocado y hemos juzgado su peso, su temperatura y su textura superficial. […] El dibujo, y especialmente la pintura, no es exclusivamente una cuestión de registrar la esencia visual de la escena; la percepción aparentemente visual comunica toda la esencia sensual de la cosa».
La mano que piensa: sabiduría existencial y corporal en la arquitectura. Juhani Pallasmaa. 2012.
El arquitecto y teórico Juhani Pallasmaa no puede estar más acertado cuando considera que el tacto supone el sentido primordial con el que aproximarse al mundo desde nuestro yo, incluso siendo el eje vertebrador de los demás sentidos, sobre todo refiriéndose al de la visión. En este aspecto, el teórico finlandés se opone al pensamiento dominante que sitúa a la vista como sentido más utilizado (por tanto, más necesario), proponiendo que, sin el tacto, las nociones básicas de peso, temperatura o presión no serían perceptibles; la visión no puede recibir este tipo de información por sí sola.
En este aspecto, la pintora Natalia M. Falcó (Avilés, 1985) conoce muy bien el valor del tacto y sabe plasmar cualidades hápticas en sus obras de arte, pues ella no quiere «registrar la esencia visual de la escena», sino comunicar «toda la esencia sensual de la cosa». De hecho, por esta razón prefiere crear una pintura abstracta, ausente del más mínimo dibujo, ya que, frente a la representación visual de la realidad, prima la plasmación táctil de esta. Así, la materia es la protagonista, en su caso la pintura acrílica sobre pasta relieve en lienzo de algodón, que da lugar a texturas determinadas; a espesores concretos. Observar una pintura de Falcó significa que «el ojo toca». La integración de la experiencia visual y táctil resulta manifiesta. Es curioso recordar una oración de la artista a propósito de esto, en la que dice «veo el mundo con ojos de una economista y marketiniana, pero creo con las manos de una artista». Nunca mejor dicho, pues da mayor relevancia, en su pintura, al ejercicio de las manos, y no tanto a la propia visión.
Resulta interesante poner el foco en esta cuestión, dado que, por ejemplo, cuando miramos un paisaje con acantilados, somos capaces de percibir la magnitud del accidente geográfico, detectar su dureza y textura, e imaginar su peso, realmente inconmensurable. El tacto nos sitúa en el mundo. Nuestra protagonista, tras descubrir la importancia de esta idea, trabaja con los colores acrílicos, originando una pintura háptica. Sin embargo, no olvida lo crucial del lado cromático de la plástica, así que dota a sus obras de un colorido que siempre armoniza con las texturas generadas. No obstante, Falcó evita concebir una pintura únicamente táctil; el color tiene una función independiente, más relacionada con reflejar determinados estados de ánimo e incluso sirve de referencia para remitir, aunque sea sutilmente, a esos espacios de la realidad (visible) los cuales, a priori, se omiten con el objetivo de priorizar la hapticidad. Estamos hablando de la conexión de algunas de sus piezas con el mar, por poner un ejemplo, que llevan colores azulados.
En cualquier caso, textura y color están fusionados, transmitiendo un concepto concreto, una idea determinada, un sentimiento o sensación de la artista, que es capaz de recrear con los pinceles sobre el lienzo, hasta tal punto de que el público consigue empatizar lo suficiente con la obra y comprender grosso modo su significado original. Del mismo modo que entendemos el acantilado gracias al tacto-visión, también podemos llegar a las profundidades no solo físicas, sino también conceptuales, de cada pieza de Falcó.
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